Una voz de alerta


La dependencia de los combustibles derivados del petróleo es una subordinación que afecta al planeta y Guatemala no es la excepción. La «reducción» de esa dependencia en más o menos el diez por ciento, a partir de la producción del etanol derivado del maí­z, del arroz y de otros cultivos, hasta hora alimenticios, anticipa una hambruna como no se habí­a presentado con anterioridad. Una hambruna provocada por la voracidad de las economí­as más poderosas; y todo ello nos debe poner en alerta.

Walter del Cid

Las «bolsas» de los mercados a futuro de Nueva York, de Londres y Tokio, por mencionar las más importantes a escala mundial, anticipan un incremento de los precios de la producción agrí­cola como no se habí­a presentado jamás antes. Nuestro modo de vida se verá alterado en grandes proporciones. Los alimentos dejan de serlo, para constituirse en fuentes de combustibles de combustión interna.

Nuestras autoridades gubernamentales están apostando por el desarrollo rural. Este es entendido como un auspicio a un incremento de la productividad agrí­cola. Una productividad agrí­cola enfocada a cierta calidad de vida. Pero, ojo, el paradigma a escala mundial, respecto del maí­z, el arroz, la soja y la propia caña de la que se produce el azúcar, está cambiando. De hecho ya ha cambiado. No en términos alimenticios, sino en términos energéticos.

La Organización de Naciones Unidas ha expresado que tal cambio de paradigma habrá de producir hambruna. Si a nuestro paí­s a ese componente le agregamos la desnutrición crónica que padecemos; el desafí­o para Guatemala, por ejemplo plantea enormes retos. Debemos, como paí­s, impedir o por lo menos atenuar, que esta nueva crisis nos provoque más desabastecimiento alimenticio. Aquí­, por favor no lo olvidemos, tenemos desnutrición CRí“NICA. Una desnutrición que no es responsabilidad de los tiempos actuales, pero que está presente y muy mal atendida.

¿Podemos hacer algo? La frontera agrí­cola avanza inexorablemente. Nuestro manto forestal, nuestra gran riqueza se debilita; entonces, entramos en una tenebrosa espiral de empobrecimiento y mala o pésima nutrición. Nuestro reto es aun mayor. ¡Tenemos que hacer algo! Por favor, también nosotros cambiemos nuestros paradigmas a partir de un exhaustivo ejercicio de reflexión.

El Presidente Evo Morales, planteó recientemente un conjunto de acciones focalizadas para ser emprendidas por los paí­ses industrializados. Ha dicho que es necesario el reconocimiento de éstos respecto de los paí­ses al sur, de una DEUDA. Y es necesario que hagamos valer esta DEUDA de aquellos con relación a nuestros pueblos.

El presidente ílvaro Colom ha pedido un «trato preferencial» para nuestros compatriotas radicados en la potencia del norte, en su reciente viaje a Washington. La petición es o puede ser acertada, pero en realidad ahora es insuficiente. DEBEMOS RECLAMAR LA DEUDA que nos tiene la principal economí­a del mundo contemporáneo. Una deuda que para nuestro caso en particular tiene un punto de partida. La intervención norteamericana que alteró nuestro propio destino a partir de 1954. Esa intervención tiene un recargo económico que debemos reclamar, el desarrollo democrático se entorpeció desde entonces.

Ese hecho histórico acentuó nuestra dependencia, agudizó los abismos entre la mayorí­a empobrecida y la tenencia de la riqueza revestida de caracterí­sticas feudales. Se consolidó con ello a una oligarquí­a dura e implacable. A una minorí­a con enormes facultades de poder, que cuando habla de libertad lo hace pensando sólo en sí­ misma. ¿Podemos hacer algo? Sí­; yo creo que sí­ podemos hacer algo. Y ese algo es hacer valer nuestra dignidad. El señor presidente Colom tiene la palabra como representante de la unidad nacional. Pero, ojo, también es parte nuestra responsabilidad como sociedad.

La viabilidad de promover un movimiento por la dignidad nacional podrí­a ser la excusa ideal para recuperar esa gloriosa prestancia solidaria que se manifestó en otros momentos cruciales de nuestra historia particular: los movimientos de los años 20 y el del 44 en el siglo pasado, por ejemplo. Y de paso ayudarnos a enfrentar esta crisis que en sus causas nos es ajena, pero en sus impactos nos concierne quiérase o no.