Una violencia que no deja de doler


La abogada Gladys Monterroso junto a su hermano Juan Francisco, quien falleció en el ataque a un bus de la ruta 40R. Cortesí­a Familia Monterroso.

La guatemalteca se ha convertido en una sociedad fabricante de familias adoloridas, enlutadas. Una sociedad que genera miles de viudas, huérfanos y familiares desconsolados al año. Es por ello que, experimentando un dolor que no quiere desaparecer, exigen «Â¡Basta de violencia!»

Mariela Castañon
mcastanon@lahora.com.gt

Los hijos de Mynor Villagrán todaví­a le recuerdan perfectamente, pese a que falleció hace más de un año. José Orozco.

«Gracias a la vida que me ha dado tanto», es el nombre de la canción que Mercedes Sosa nos cantó durante muchos años, pero también como muchos guatemaltecos se agradecen esa cotidianidad que les permite gozar de algunos beneficios entre los que, hoy por hoy, se encuentra seguir vivo.

Era el 8 de abril de este año cuando Juan Francisco, un arquitecto de 44 años de edad, viajaba como pasajero en un autobús de la ruta 40R. Posiblemente habí­a visto su reloj para salir a tiempo a la cita que le esperaba. Ese mismo reloj que al no querer entregarlo a los asaltantes del bus, le significó la muerte, dejando como testigo mudo el monumento a Tecún Umán.

Los estruendosos disparos silenciaron una vida más. Otra mujer y dos niñas pasaron a registrarse inmediatamente como viuda y huérfanas… Una familia entró al túnel del dolor que por miles al año se cuentan en Guatemala.

«Basta de tanta violencia. Hagamos algo como paí­s y despertemos porque, de no hacerlo, estamos mutilados», dice la abogada Gladys Monterroso con la experiencia de ser la hermana de Juan Francisco. Las lágrimas son reflejo de su dolor.

El arquitecto Monterroso Velásquez era «una persona persistente, responsable, honrado, buen padre, buen esposo y buen hijo», nos cita su hermana. Un hombre que gozaba de la vida y que dejó marcados los momentos en que enfrentó desafí­os para lograr los triunfos que heredó a sus hijas.

«El recuerdo que me viene a mi mente y que quedará plasmado para siempre, es de hace 20 años cuando junto a otros amigos escuchamos en un viaje a Panajachel la canción «Gracias a la vida» que, precisamente hoy, mi hermano ya no la tiene», relata.

«Gracias a la vida que me ha dado tanto… me dio el corazón; que agita su marco cuando miro el fruto del cerebro humano, cuando veo el bueno tan lejos del malo… cuando miro el fondo de tus ojos claros…», nos decí­a Mercedes Sosa.

SIN í‰XITO PERO CON INDICADORES QUE ALIENTAN

La aplicación de una polí­tica de seguridad que invite a participar en la reducción de la violencia, parece que no está por ningún lado. La participación de las familias y/o de los testigos en los procesos para esclarecer los asesinatos es prácticamente nula y pareciera una campaña de «dejar pasar» ante el temor de empeorar las consecuencias.

Las autoridades, por su parte, insisten en solicitar un papel más activo de los ciudadanos para poder avanzar en las pesquisas de un sistema de justicia que se debate entre el 98 y 99% de impunidad según las cifras de algunos de los involucrados en las instituciones de seguridad y justicia.

Nery Morales, vocero del Ministerio de Gobernación, afirma que existe un esfuerzo real para reducir los delitos contra de la vida que son «irreparables».

«Estamos comprometidos con evitar más muertes violentas, pero necesitamos de la denuncia y la colaboración de los ciudadanos», afirma el vocero de la institución gubernamental, quien asegura que no se puede hablar de éxitos en el tema pero sí­ de indicadores alentadores.

LOS «MONSTRUOS» EN LA SOCIEDAD

«Mi papá no va a venir. Lo mataron los monstruos en un bus». Así­ nos dice, a sus 5 años, un niño que se debate entre la inocencia de su corta edad y la conciencia de haber perdido a su padre.

Monstruos disfrazados de sicarios subieron a un autobús el 27 de mayo de 2008. El piloto fue asesinado impidiendo que este 7 de octubre, al igual que los dos últimos, su padre esté a su lado mientras celebre su sexto cumpleaños.

Pero mientras este niño se muestra claro de la existencia de monstruos en la sociedad guatemalteca, hay otra menor, una niña de 8 años que refleja con ternura la forma tan fuerte en que extraña a su padre.

«Mi niña linda» era como le llamaba cuando llegaba de trabajar. Es ella a su corta edad la que puede contar lo difí­cil que se ha tornado la vida para su madre, su hermano y ella misma ante la ausencia.

«EL DOLOR POR DENTRO» Y LA GUERRA A DIARIO

A Wendy Bolaños le queda muy poco tiempo en el dí­a. Tiene cuatro hijos que mantener. Fue ese 13 de enero de 2009 cuando la vida dio un vuelco al quitarle a Mynor Villagrán, su esposo.

Los hijos de 17, 15, 5 y 3 años de edad son el recuerdo directo de aquel sueño que terminó en la colonia Primero de Julio (Mixco), cuando fue ejecutado su cónyuge. Ese dí­a empezó «el dolor por dentro» y esa guerra diaria por conseguir lo mí­nimo para sobrevivir como familia.

Su hijo mayor le ayuda trabajando y la señora Bolaños lo comenta cuando dice: «Ojalá que todo fuera como antes; que mis hijos estudiaran en colegio privado y que tuvieran las comodidades. Quisiéramos ser felices como cuando él viví­a».

El recuerdo de dolor la invade constantemente, ya que nunca podrá olvidar el dí­a en que fue notificada de la pérdida de su esposo, en un bus que aparentemente fue tomado por asalto y antes habrí­a sufrido de extorsiones; su cuerpo se paralizó cuando conoció la trágica muerte de su cónyuge, que chocó el bus que manejaba al perder el control del vehí­culo, tras sufrir un solo disparo que acabó con su vida.

Hoy, esta mujer pide la colaboración de las autoridades de gobierno, que son las responsables de la inseguridad que azota a centenares de hogares guatemaltecos y que deben responder por las consecuencias de la ausencia de una polí­tica de seguridad.

De acuerdo con Lilian Pérez, presidenta de la Asociación de Viudas de Pilotos, estos hechos impactan la vida de la niñez y juventud en orfandad, pues aunque los más pequeños no entienden con exactitud lo que sucede, sí­ entienden que no volverán a ver a su padre, mientras que en el caso de los jóvenes, existe un resentimiento grande en contra de los victimarios que arrebataron la vida de sus seres queridos.

A Pérez le preocupa cómo esta espiral de violencia puede generar más odio en el corazón de las ví­ctimas, sin embargo, indica que trata de orientar a aquellos jóvenes que se acercan a la Asociación, pues reitera que está demostrado que «nada se logra con violencia».

La representante de las Viudas, hace un llamado a todas aquellas personas de buen corazón que puedan apoyar a estos niños, niñas y jóvenes, para ofrecerles apoyo psicológico o económico, pues hay niños lactantes y otros un poco más grandes que necesitan zapatos y ropa, por lo que pone a disposición la cuenta «Asociación de Viudas de Pilotos», número 312000833-9, en el Banco Agromercantil.