Una trinidad histórica e indisoluble


Délfido Barrera Navas

Con sólo siete palabras, Pedro Gringoire, da a conocer en forma asombrosa, una trinidad histórica e indisoluble: la Tierra, el Pueblo y el Libro. Este hombre inicia su vida cultural en Puebla, México, el 5 de agosto de 1913 y como reguero de palomas mensajeras, plasma en libros, revistas, artí­culos y concretamente en 223 páginas: ISRAEL: TIERRA Y PUEBLO DE LA BIBILIA nombre que lo traduce Dios mismo al cambiar el nombre del patriarca Jacob por Israel, la tierra que nunca muere. «Has peleado con Dios y con los hombres y has vencido».

Fue en 1948, al proclamarse el 14 de mayo el Estado de Israel, por disposición de la ONU, cuando Transjordania invadió Palestina, un dí­a después. El 18 de mayo la legión entró a la ciudad de Jerusalén y atacó a las fuerzas israelí­es allí­. Fue así­ como se cumplió la antigua oración judí­a: ¡Paz a Jerusalén!

La idea original de la Asamblea de la ONU fue crear en Palestina dos estados independientes, un judí­o y otro árabe. El nuevo acuerdo de la ONU nunca se ejecutó y con el voto de Guatemala se creó el Estado judí­o. Hoy se cumplen 59 años de aquel acuerdo histórico trascendental.

La salmista lo habí­a dicho: ¡»Haya paz dentro de tus muros y seguridad dentro de tus torreones»!

Luchas sangrientas han ocurrido desde entonces. Aún faltan otras que hará correr la sangre; pero las promesas del libro a que se referí­a Pedro Gringoire, la Santa Biblia, dadas un dí­a a Abrahán se cumplirán y se están cumpliendo, ante el asombro de las naciones que no se explican como es posible que un pueblo pequeño, sufrido ha desafiado la historia misma con su extraña y milagrosa supervivencia, después de la primera ruptura de la diáspora inicial cumplida aquel inolvidable 14 de mayo de 1948.

Pocos pueblos en la historia tan pequeños y tan grandes, pocos pueblos tan bienaventurados y a la vez envueltos en un martirologio inexplicable. El mismo Gringoire como poeta lo alcanza a descifrar cuando exclama: «Con las manos en alto, /aquel niño del gueto parecí­a /- avecilla de Dios -/ dispuesto a alzar el vuelo./ ¿El vuelo? Pero, a donde? ¿A dónde? / No hay salida hacia arriba,/ no hay salida hacia abajo/ ni alrededor tampoco / Los cuatro puntos cardinales/ están bloqueados por inmundas botas/ y uniformes y cascos y fusiles.

El antiquí­simo Israel se forma antes de la fundación del mundo como una linterna en el mismo corazón de Dios. En el paso gris de los milenios un hombre: Abran, abandonarí­a Ur de los Caldeos traspasando sus fronteras «sin saber a donde iba» para llamarse más tarde Abraham, padre de multitudes. Nos parece verlo contando las arenas de la playa y las estrellas de los cielos, y al constituirse en padre de la fe, queda a la espera de la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructora de Dios».