Una travesura juvenil


Una de las cuñadas de mi hermano -joven como yo-, me pidió que la llevara al baile de despedida del año al Club, donde a la media noche se iba a presentar por primera vez, la estudiantina en la que yo tocaba la marimba.

Mario Gilberto González Ramí­rez

Accedí­. Y tal fue su entusiasmo, que invitó a seis amigas más. Mi mamá me puso bien catrí­n, con el traje oscuro -el veintiúnico que me gustaba-. Colocó un pañuelito rojo en la bolsa superior del saco y por aquello de que la chica se me acercara tanto al bailar, me puso también, unas gotas de loción que sólo se usaba en las grandes ocasiones y me dijo:

-Pórtese como un caballero.

Inví­telas a cenar.

Iba yo por las calles de mi ciudad, como un joven sultán con siete patojas guapas que lucí­an sus encantos juveniles. Se contorneaban al caminar según su picardí­a o el desnivel de la acera y dejaban una estela de diversos aromas a cuales más fragantes.

Como mi madre me lo recomendó, así­ lo hice. Reservamos una mesa para siete gallinitas y un solo gallo, joven y vigoroso.

La alegrí­a se opacó cuando el mozo pasó la «dolorosa». No alcanzaba el dinero y sólo porque tení­a metidas las piernas debajo de la mesa, no se dieron cuenta del temblor que las sacudí­a.

Fingí­ ir al baño. Con sigilo me escabullí­ hasta llegar a la puerta y de inmediato, puse en acción mis recursos de buen corredor. La casa me quedaba a dos cuadras de distancia.

Al verme llegar asesando, mi madre se asustó y me dijo ¿Pasó algo?

No mamá, le respondí­ jadeando.

Mire -le dije- mostrándole la factura. Me falta dinero para cancelar la cuenta.

Completó la cantidad y de nuevo, como que si tuviera metido un tizón en el cereguete, iba como flecha y en pocos minutos volví­ al Club.

Hice lo mismo de la salida. En el baño me moje las manos y salí­ en compañí­a de un amigo simulando haber tenido larga conversación.

Al volver a la mesa, fue motivo de alivio para las invitadas, porque el mozo requerí­a cancelar la cuenta. Uno que otro reclamo me hicieron y tuve que inventar una mentirita piadosa aceptable que mitigara el reclamo.

Pagué la cuenta y di con elegancia la propina para borrar cualquier mal entendido.

Cuando saqué a bailar a una de ellas, el tamal ya habí­a hecho la digestión.

Al año siguiente, no dije ni pí­o…