En obligada distancia seguí el evento “Subida por la Vida”, organizado por diversas organizaciones que se pronunciaron contra la violencia intrafamiliar, una de las más denunciadas en Guatemala, según datos del Ministerio Público.
Miles de personas unidas para subir el Volcán de Agua, colocando un corazón gigante en la cumbre e hizando la Bandera Nacional, muestra -además del profesionalismo en la organización- que los guatemaltecos claman por un mejor país.
No faltan los comentarios de quienes, afanados en encontrar matices “negativos” de las cosas, exponen que este tipo de eventos no son más que encuentros sociales para sentirse “in” y contar con nuevas fotografías para subir en su Facebook. O que son momentos bulliciosos que finalizan y no trascienden.
Fuera de las intenciones con las que pudieron asistir algunos –no estamos para juzgar interioridades-, la “Subida por la Vida” es relevante y sienta precedente como evento masivo capaz de convocar a miles y generar opinión pública positiva sobre un tema preocupante para Guatemala.
Quienes subieron el Volcán de Agua, quienes lo siguieron a través de los medios o se enteraron por sus amigos y los guatemaltecos en general, deben aprovechar este evento como un despertador, porque el peligro es -algo de razón tienen los críticos pesimistas- limitarse a lo meramente espontáneo y dejar que muera la emoción del momento. Es decir, tenemos que pensar qué hacemos o podríamos hacer cada uno de nosotros por el país, tomando verdadera responsabilidad y conciencia de que su desarrollo depende en buena medida de nuestras acciones.
La “Subida por la Vida” fue, principalmente, un grito al unísono contra la violencia familiar. Si estamos hablando de actuar, lógicamente no tomaremos las armas contra los criminales. Para eso están los organismos competentes, que deberían funcionar. Por nuestra parte, más que batallar contra la violencia, que es un efecto, podemos concretar iniciativas que conduzcan las causas –desintegración familiar, falta de educación y formación, falta de bienestar económico, etcétera- hacia efectos positivos.
Existen innumerables organizaciones, unas más y otras menos afamadas, que han nacido debido a la intención sincera de construir una mejor Guatemala. He tenido la oportunidad de conocer a fondo algunos proyectos y entablar amistad con sus fundadores, por lo que puedo decir certeramente que se afanan en desarrollarlos.
Por ejemplo, puedo dar testimonio de una iniciativa que vi nacer y de la que formé parte durante tres años. Este proyecto consiste, en síntesis, en dar tutorías académicas y formar en valores y virtudes a niños de escuelas públicas. Lo característico de este programa es que las clases son personales, uno a uno, y se busca lograr amistad con los niños y conocer a sus familias, pues somos conscientes que la familia es la base de la sociedad y los padres los primeros formadores.
Sin publicidad y con los fondos necesarios para ejecutar el proyecto, los universitarios son los principales benefactores, donando cada semana dos horas de su tiempo para impartir las clases. Los frutos de este esfuerzo no se traducen en mayor beneficio económico para sus participantes, pero sí en una semilla que va germinando en ideales de vida. Y aunque es un proyecto que actúa en el silencio, en 2010 fue premiado en un congreso universitario internacional realizado en Roma, obteniendo fondos para ampliar su área de acción.
Como esta iniciativa, existen otras muchas que son gotas dentro del inmenso mar de posibilidades para influir positivamente y construir país. Ahora, lo importante es echar las cosas a andar, venciendo la pereza y el pesimismo, teniendo en cuenta que, poco a poco, se suma. Así lo que impulsemos será como la levadura: en pequeñas cantidades y con disimulo, fermenta la masa hasta conseguir un buen pan.