Una solución al tránsito llena de adrenalina y peligro


«Esta ciudad es invivible», expresa resignada la consultora Ivón Hidalgo, de 52 años, mientras desafí­a el peligro con tal de no perder una cita, y monta en uno de los miles de mototaxis que patrullan Caracas, convertida en un saturado estacionamiento en las horas pico.


Sentir el viento en la cara no es la única sensación en las autopistas de la capital venezolana, cuando se tiene que sortear kilométricas colas de grúas, camiones de carga, tráileres y todo tipo de transporte pesado, protegido, en muchos casos, con apenas un frágil casco de plástico.

Pasar a centí­metros de los escapes ardientes o recibir chorros de humo negro son parte de esta experiencia extrema, donde la única defensa son las frenéticas pero débiles bocinas de las motocicletas que compiten con la ruidosa urbe.

Cientos de flotas de mototaxistas que suman unos 30 mil en la gran Caracas, se agregan a los casi 160 mil motociclistas que desafí­an las estadí­sticas y se juegan la vida en arriesgadas maniobras, no pocas de ellas en contrasentido sobre una deteriorada capa de asfalto salpicada de baches.

Médicos, periodistas o simples empleados apurados por el tiempo prefieren olvidar que la posibilidad de morir en un accidente de moto es 20 veces mayor que en uno de automóvil, de acuerdo con diversos estudios de seguridad vial.

Los miles de aguerridos motociclistas se aventuran en una ciudad donde circulan unos dos millones de autos, cuya vialidad data de los años 60 sin nuevas ví­as adicionales.

Estimulada por una gasolina subsidiada que es más barata que el agua embotellada, la fiebre por la compra de autos disparó las ventas a más de 490 mil unidades en 2007, un incremento anual de 43,3%.

El efecto en las calles multiplica los tapones viales que crispan los nervios a conductores que viven hasta cuatro horas diarias al volante, la mayor parte paralizados.

Con cinco años de experiencia sobre una moto como taxista, José Gregorio Ortegano, de 31 años, cuenta que transporta cada dí­a «entre 10 a 15 personas en trayectos de unos 10 km cada uno y nunca he tenido un accidente, pero todos los dí­as vemos tragedias».

Sufrir accidentes no es la única amenaza, los robos de motos por bandas de asaltantes son otra plaga citadina. En todo 2007 ocurrieron 1.983 robos de motos en Caracas, de acuerdo con estadí­sticas del Cuerpo de Investigaciones Cientí­ficas, Penales y Criminalí­sticas (CICPC).

«Nuestra flota de mototaxis se llama Country Luz, somos 12 motorizados y este año ya nos robaron cuatro motos», dijo José Aviles, quien a sus 20 años ya lleva uno ganándose la vida arriesgándola.

El improvisado taxista motorizado, quien no ha debido responder a ninguna prueba de habilidad ni de conocimiento de las normativas para ejercer su oficio, dice que pude llevar a su casa hasta 150 bolí­vares diarios (70 dólares al tipo oficial pero sólo 45 en el merado paralelo).

Los taxistas sobre motocicletas forman parte de una solución que algunos caraqueños consideran a la vez un problema.

«Tenemos mala fama porque muchos no aprenden a manejar y no respetan las reglas. Muchos homicidios son cometidos por motorizados y la gente tiene miedo», dice Edgar Escobar, 29 años y cuatro sobre dos ruedas.

Fueron dos motociclistas quienes asesinaron esta semana al vicepresidente del diario Reporte de la Economí­a, Pierre Fould Gerges.

Los mototaxistas no son conocidos por respetar las señales de tránsito y es común que para complacer al cliente violen luces rojas de semáforos y las multas de hasta 460 bolí­vares (más de 200 dólares al cambio oficial) no disuaden, porque prácticamente no se aplican.

«Es imposible multar a tantos», dice impotente un fiscal vial que prefiere el anonimato.

La mala fama no es gratuita. Chocar con un motorizado puede resultar extremadamente caro. Un sistema de alerta por mensajes de celulares puede convocar en pocos minutos a cientos de colegas, que de inmediato bloquean las calles y amedrentan a los automovilistas, que asisten asombrados a tales acciones de solidaridad.