Qué clase de Estado tenemos cuya estructura permite que niños a plena luz del día mendiguen y no asistan a la escuela. Qué políticos ciegos e inútiles nos gobiernan que son incapaces de procurar acciones para atajar la hambruna del país. Qué sociedad civil tan indiferente es la nuestra que tranquilamente nos cerramos sin hacer nada frente a tanta corrupción y miseria.
Este quizá es nuestro pecado: la actividad febril de algunos en procurar su propio bienestar y la indiferencia de otros, muy ocupados en sus propios asuntos. Todos corresponsables en la construcción de una sociedad fracasada, unos por acción y otros por omisión. El resultado está a la vista: miseria múltiple por doquier y condena generalizada.
Cada uno en lo suyo. El empresario creyendo que le basta producir para cambiar el mundo. El profesor en la escuela dando de sí para cambiar conductas, el cura con su prédica procurando conversión. Todos enfrascados en sus actividades, desvinculados, solitarios, sin un propósito común. Quizá en espera de un milagro y con la creencia firme de que si cada uno hace bien lo que le corresponde, cambiará el mundo.
Todos viviendo una fantasía. La sociedad no cambia con el trabajo aislado del individuo. Hace falta más unidad, un proyecto, un sueño común. Pero entre nosotros nadie desea compartir nada. Tenemos desconfianza del otro. El vecino me produce malestar y mejor que ni me mire ni cuente conmigo. Que cada quien salve como pueda. No haré daño, ni permitiré que se traspase la frontera.
Así pasa el tiempo y la sociedad guatemalteca va para peor. Nos acercamos al despeñadero o quizá ya vamos en caída libre. Un niño que pide en la calle, una familia que pasa hambre, grupos humanos sin vivienda, sociedad sin oportunidades laborales… todo es una locura y un suicidio colectivo. Pero no nos importa, mientras no nos afecte en lo personal, seguiremos como hasta ahora: sin hacer mayor cosa.
Ya es tiempo de organizarnos, es urgente trabajar unidos, un imperativo debe movernos. Debemos hacer más de lo que hemos hecho hasta ahora. La experiencia nos demuestra que si seguimos igual, iremos para peor. Si no lo queremos, cambiemos de actitud, imaginemos un mundo distinto y demos vida a una sociedad diferente.