Estadísticamente la semana que termina no puede considerarse ni peor ni mejor que las que le anteceden en cuanto a la cantidad de violencia sufrida por la población, no obstante lo cual se generó la percepción de que había una nueva oleada en la criminalidad. El hecho más grave, imperdonable en realidad, fue el asesinato de un menor de apenas dos meses de edad que falleció al recibir un balazo durante el ataque a un bus, a lo que se sumó el secuestro de la esposa del Procurador de los Derechos Humanos.
Sin embargo, el martes hubo una real psicosis colectiva entre los guatemaltecos, tanto así que el mismo Presidente de la República se vio obligado a presentarse en televisión en un mal preparado y peor pronunciado discurso supuestamente para devolver la calma a la población, pero el tono y el contenido del mensaje sirvieron para acrecentar la sensación de que el barco navega sin rumbo.
Repetimos que estadísticamente la cantidad de muertos no fue muy diferente a la que nos viene marcando desde hace ya muchísimas semanas, pero inducida o no, la población tomó conciencia de que estamos en una situación crítica y se produjo una avalancha de reclamos al Gobierno para que actúe, para que demuestre la existencia de un plan para enfrentar la criminalidad en el país. Nuevamente ha correspondido a la prensa trasladar ese mensaje que muestra la desesperación de una ciudadanía que siente agobio por la inseguridad, pero la respuesta oficial no llega a ser coherente con las percepciones ciudadanas y, en vez de ello, lo que encontramos es la sucesión de diversas teorías que quieren explicar los hechos, pero que no sirven para ponerle fin a la crisis.
Es más, ahora se nos advierte que como resultado de que explotarán «casos gruesos», según la expresión presidencial, tendremos más violencia. Lo peor es que los casos gruesos terminan, como siempre, en medidas sustitutivas que son la seña de la impunidad y, por lo tanto, no hay «gruesadas» al final de cuentas, porque nuestros tribunales se encargan de adelgazar hasta lo más robusto en términos de pruebas e investigación.
Un alto en el camino le debiera indicar al Presidente de la República que una cosa es su visión del país desde la torre en la que él está encumbrado, y otra muy diferente la que tiene el ciudadano de la calle. Siempre los gobernantes creen que lo saben todo y que sus críticos no saben nada, pero ni una cosa ni otra son ciertas y un estadista tiene que valorar justamente la percepción popular. Quien no lo hace, pierde la perspectiva cegado por la egolatría.