Una partida que nos deja tristes: Profesor Fernando Franco


EDUardo-Blandon-2013

Ahora no recuerdo si se acababa de graduar cuando llegó a la entrevista. Era delgado, alto, educado y con una sonrisa siempre agradable. No fue complicado abrirle espacio, todo apuntaba a que el muchacho era prometedor. Y lo fue durante ese año que trabajamos juntos. Enseñó en segundo grado y se ganó de entrada el corazón de los niños en aquel lejano 1991.

Eduardo Blandón


Nunca pensé que trabajaría tanto tiempo en el Colegio. Por aquel entonces creía que los docentes eran de transición, que alternaban los estudios universitarios con la docencia y que luego partirían. Él se quedó para siempre con Don Bosco. Eventualmente sabía de él por alguna referencia, siempre buena, éxitos en un grado, reconocimiento de las autoridades, opiniones óptimas de todos. Parecía una persona con un solo destino.

Ahora que lo recuerdo, considero el bien inmenso que hizo por los niños del Colegio Don Bosco: paciente, dedicado, afable, servicial. Un docente de cuerpo completo. Creo que no le costó asimilar el espíritu salesiano, estaba hecho para eso. Tengo en la memoria su vivencia en el patio con los estudiantes, lo veo sudado, alegre y arreglando su infaltable corbata.

Ayer, al recibir la noticia de su muerte, me quedé frío. Tenía 43 años. Regresaba en el bus del colegio cuando dos sujetos le dispararon mortalmente frente a niños que descendían del transporte. Una tragedia completa. La pérdida de una vida fecunda. La desaparición física de alguien que toda su vida hizo el bien.

La comunidad salesiana está impactada, los profesores dolidos y la familia sumida en la tristeza. Desde la fe solo nos queda encontrar respuesta desde la óptica cristiana. Comprender que su vida no fue inútil, que deja una estela de bien que nos provoca imitar. Si bien sentimos indignación por el mal que nos hace daño, Fernando nos invita a no estar tristes y a seguir adelante.

Quiero quedarme, en medio del dolor, con aquella imagen de joven habitualmente disponible con los niños, con el recuerdo del profesor bueno que comprende a los padres de familia, con el colega agradable en medio de las conversaciones ocurrentes.

Al escribir este artículo me doy cuenta de lo formidable que fue haber conocido al profesor Fernando Franco. Estoy seguro que este sentimiento es uno de los tantos motivos de tristeza que muchos experimentamos al verlo partir antes de tiempo. Que Dios lo reciba en su gloria. Hasta siempre buen amigo.