Creo que estamos en un período de transición de lo cristiano a lo pagano. Esto si el juicio se realiza desde categorías e imaginarios creyentes porque para otras personas puede ser solo un paso de lo mítico al desembarazo de lo ficcional o religioso. Pero tengo dudas si este paso sea algo novedoso y seamos nosotros quienes hemos inaugurado una nueva contemporaneidad.
La mejor evidencia de la transición a la que me refiero quizá sea lo que celebramos hoy en Guatemala: la Quema del Diablo. Si bien es cierto el evento tiene raíces cristianas -quién como la tradición católica, por ejemplo, ha hablado tanto de Satanás-, el acontecimiento en la actualidad es absolutamente profano. Nadie, que yo sepa, piensa en Dios o en lo espiritual de la quema, cuando prende fuego al demonio.
Esto probaría que lo que antes era un evento de trascendencia en el imaginario cristiano –hoy por ejemplo, el catolicismo celebra las vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María- se ha convertido en una actividad de algarabía y bombas. Pero no es la única prueba del movimiento de los tiempos, está también la propia fiesta del natalicio del niño Jesús.
Por muchos siglos, el 25 de diciembre fue un acontecimiento espectacular, se celebraba la solemnidad de la encarnación: Dios baja del cielo y se vuelve hombre para ofrecernos la redención. El recuerdo es tan fundamental en el ciclo litúrgico que, incluso, antes hay toda una preparación, los cristianos hablan del Adviento, que no es otra cosa que preparar el corazón para un evento cósmico. ¿Pero qué ha pasado con la Navidad? Justamente, ha dejado de ser lo que era en el mundo de la cristiandad.
La Navidad es un evento de cualquier naturaleza, menos cristiano. Los nacimientos han dejado espacio en los hogares para convertirlos en el lugar de Santa Claus y el árbol navideño. Igual cosa sucedió con la Semana Santa que es fiesta para celebrar a Baco más que al Dios crucificado. Todo prueba, según lo fácilmente perceptible, que vivimos en un mundo diferente al de hace cien años. La transición ha llegado y las cosas se acentuarán más con el tiempo.
Ser cristiano hoy es casi una pieza de colección. Quien cree en Dios es ahora un desfasado, un monumento arqueológico que camina triste por las calles. Bienvenido a la modernidad: una época en la que el hombre está solo, valido únicamente de sus propias fuerzas y un luchador en busca de sentido. El hombre de hoy lo ha perdido todo (porque pensaba que tenía a alguien, algo: Dios), para, como un titán, ser un héroe en una batalla horrorosa: la vida.
Evidentemente, los cristianos no se dan por vencidos y tienen esperanza de un mundo mejor. Añoran el eterno retorno y la vuelta a los viejos tiempos. Pero está visto que tienen que batallar mucho porque hoy nadie habla de Dios y quienes lo hacen sienten vergí¼enza por su discurso vetusto. Los tiempos han cambiado, vivimos en una nueva era: prendamos mecha al Diablo y hagamos fiesta.