Al anunciar el inicio en el paro de labores, la dirigencia magisterial apeló al Cardenal Rodolfo Quezada y al Procurador de los Derechos Humanos, Sergio Morales, para que convoquen a una mesa de diálogo, buscando que su mediación permita encontrar una solución al problema que afecta básicamente a miles de alumnos en todo el país. Sin embargo, hay que decir que se trata de una petición extraña, porque si vemos las posturas que mantienen las partes nos tenemos que dar cuenta que no hay mucho espacio para la negociación y el entendimiento, toda vez que si algo caracteriza esta crisis es el empecinamiento de las partes.
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Yo estoy convencido que la educación es el punto medular de cualquier esfuerzo por lograr un verdadero desarrollo en el país y pienso que, lamentablemente, no hemos tenido autoridades con la capacidad de entender su desafío y de asumir un verdadero liderazgo para involucrar a padres de familia, maestros y alumnos en el esfuerzo por plantear una reforma profunda de todo el sistema. Cada administración en el Ministerio de Educación quiere imponer su estrecha visión del problema a todas las partes y no hay capacidad de diálogo, mucho menos liderazgo para convencer a nadie porque se tiene un concepto equivocado de lo que es la autoridad.
Por si ello fuera poco, actualmente estamos frente a un problema que tiene mucho de ideológico, puesto que tanto en esta administración como en la de Arzú, ha privado el criterio de extender la privatización de la educación y ello ha generado importantes roces con el magisterio, como es natural. Para terminar de amolar las cosas, ahora ni siquiera hay una visión pedagógica, sino que con base en caprichos tendenciosos se quiere imponer a tirios y troyanos una visión que los expertos, los que verdaderamente saben de educación, critican por considerar que no se aplica a la realidad nacional.
Si el problema de la educación lo limitáramos a lo salarial, seguramente que sería más fácil encontrar puntos de encuentro entre los dirigentes y el ministerio. Pero cuando vemos que una mediación como la que se plantea requiere el establecimiento de una mesa de diálogo que supuestamente serviría para abordar en su conjunto toda la temática de educación, vemos que en las actuales condiciones pensar en soluciones negociadas es un absurdo porque ni los dirigentes ni el Ministerio tienen la menor intención de dialogar o de buscar acuerdos. Además, en este año electoral, cuando el poder se va diluyendo, el Ministerio no será capaz de implementar ningún cambio que requiera de aprobación legislativa porque la Ministra se supo ganar la animadversión de los diputados.
La historia ha de juzgar esta administración como una de las más nefastas por la polarización provocada. Y es que la ministra se sintió tan respaldada desde el principio por la prensa, por los grupos empresariales y por la «alta sociedad», que pensó que era de agarrar a sombrerazos a los maestros para ponerlos en cintura. Nunca entendió que gobernar no es imponer, sino convencer y fue incapaz de hacerlo con maestros, con padres de familia y con educadores. No es lo mismo un grupo de empresarios por la educación, que comparte la visión ideológica de la ministra y le aplaude cualquier gesto, que un grupo de alumnos que reclama un trato respetuoso; que un grupo de padres de familia que se da cuenta que ni los textos ni las refacciones llegan a sus hijos o un grupo de maestros que se siente menospreciado por sus autoridades porque nunca les plantean una reforma que incluya su propia revalorización. En ese sentido, mediar no tiene mucho significado.