Con un fuerte chorro de agua para quitar el polvo y luego una bruñida que hiciera brillar el metal del monumento erigido en el Palacio Nacional, nos hemos preparado para celebrar el décimo aniversario de la paz. Y no deja de ser importante el hecho, porque hasta para conmemorarla recurrimos a lo cosmético, a lo aparente y superficial, descuidando lo profundo y efectivo que hubiera hecho posible construir la paz firme y duradera que se contempló en los acuerdos, dicho así, en plural, porque fueron varios abordando diversa temática para contemplar las variadas causas del conflicto.
Siempre hemos dicho que los acuerdos de paz fueron secuestrados por las partes, es decir por el Gobierno y la URNG, quienes no quisieron o no pudieron trasladarlos a la sociedad para que los hiciera suyos y se convirtieran de esa forma en una especie de norte para buscar la dirección de nuestro país. Los acuerdos así secuestrados servían a los fines de un gobierno que podía presumir ante la comunidad internacional y sacar provecho por haber alcanzado la paz con los insurgentes y servía a éstos para insertarse en la vida democrática, convirtiendo al movimiento guerrillero en partido político y permitiendo a sus dirigentes participar con el apoyo de extranjeros que los veían con simpatía.
No es poca cosa ni resulta despreciable que hayamos alcanzado el cese el fuego y que eso permitiera vivir dentro de un marco menos rígido determinado por la doctrina de seguridad. Pero tampoco es mucho ni es para andar presumiendo el haber logrado una paz que en la parte sustantiva tiene tantas tareas pendientes porque muchos de los temas que fueron causa y razón del conflicto siguen allí, latentes en medio de un pueblo que forma parte de un Estado fallido y que marca en el aspecto social las consecuencias del fracaso.
En buena medida la foto que hoy publicamos en portada es un reflejo de lo que somos como pueblo: vivimos más de apariencias que de realidades y nos deslumbra lo ornamental y decorativo. Con una manguereada estamos listos para otros diez años de proceso de paz porque no asumimos la enorme dimensión de los acuerdos ni hemos llegado siquiera a hacerlos del conocimiento de la población. Hay gente que cree que la paz se firmó en un acuerdo hace diez años, olvidando que previamente las partes, así autonombradas, habían suscrito acuerdos en los temas económico y social, derechos humanos, tenencia de la tierra, diversidad cultural y étnica, el papel del Ejército en una sociedad democrática y el esclarecimiento de la historia, para citar apenas algunos de los que fueron objeto de debate intenso y de acuerdo. Pero no es culpa de la gente ignorar la dimensión de los acuerdos porque las partes nunca hicieron un esfuerzo por trasladarlos a la población porque, al fin de cuentas, los cooperantes del proceso de paz ya estaban dando sus aportes sin necesidad de profundizar en los cambios que fueron como la rosa que ponen en el monumento: apenas flor de un día.