Una Iglesia en crisis


Los dichos son a menudo expresiones recogidas de la sabidurí­a del pueblo.  Son, dirí­a yo, axiomas seguros que si los escucháramos y pusiéramos en práctica, tropezarí­amos menos en el itinerario de la vida.  Habrí­a que tomarlos en serio.  Una de esas frases «llenas de verdad» es aquella que reza: «dime de qué hablas y te diré de qué careces».   No sé si la ha escuchado.

Eduardo Blandón

A menudo he creí­do en la sabidurí­a de esa expresión, sobre todo cuando me recuerdo que en mis años de adolescencia mis referencias al sexo ocupaban casi las 24 horas del dí­a, sin probar apenas, qué pena, bocado alguno de ese manjar de los dioses.  Lo mismo le sucede a Benedicto XVI cuando ha llamado al presente año, «el año sacerdotal».  Sin duda algo debe andar mal en la Iglesia para que se hable demasiado ahora de los sacerdotes.

 

Las estadí­sticas no mienten.  En España, por ejemplo, de las 23 mil 286 parroquias que hay, sólo tienen sacerdote titular 10 mil 615.  Lo que significa que no hay curas y que la feligresí­a se queda sin guí­as espirituales.  Por esto no es raro que Juan Pablo II haya escrito ya desde 1992 una exhortación apostólica llamada «pastores dabo vobis», en la que pide al cielo vocaciones en el mar de la escasez en el mundo posmoderno.

 

Y es que las cifras no dan sino para ponerse de rodillas.  El cardenal de la Conferencia Episcopal española, Antonio Marí­a Rouco, declaró que la Edad Media de los curas en España es de 63 años y que alcanzaba los 72 en algunas zonas.  O sea, estamos (porque aquí­ en Guatemala las cosas no deben ser muy diferentes) llenos de curas ancianos, veteranos de guerra y muy atentos a la vida del preconcilio.  Quizá por esto no es raro que la Iglesia camine a marchas forzadas frente a los nuevos desafí­os de la sociedad y no vivan sino anhelantes, suspirantes y melancólicos del pasado. 

El mundo se queda sin curas para fortuna de muchos.  Los mismos franceses se encuentran turbados frente a la debilidad de la Iglesia Católica que no sólo decrece en cuanto a feligresí­a, sino también como participantes en las estructuras de poder de la Iglesia.  Recuérdese que sólo hay dos cardenales galos de los 192 en total y éstos tienen más de 80 años.  Están fritos los franceses y como iglesia están muy preocupados al ver, por el contrario, el crecimiento de la iglesia musulmana entre las nuevas generaciones.

 

¿Hay que buscar culpables por la falta de vocaciones?  Claro, esa es la tendencia.  Muchos hablan que todo se debe a la terquedad de la Iglesia por impedir la ordenación de las mujeres, otros hablan de la obsesión de la jerarquí­a por obstaculizar el acceso a la orden de los laicos casados, los hay que consideran que la Iglesia simplemente ha llegado a su fin y que somos testigos de la decadencia de la institución milenaria.   Algo de esto puede ser y dejo a los lectores las hipótesis más ingeniosas que se les ocurra.

 

El caso es que la Iglesia no está bien y que debe poner sus barbas en remojo.  Personalmente no me preocupa tanto el tema de la cantidad cuanto que la calidad de sus miembros.   De nada le sirve a la Iglesia esa turba de vocaciones irlandesas que hubo en el pasado, curas hasta de exportación, si van a hacer daños a sus fieles (como ahora reconocen las autoridades) con una vida mediocre y peor que la del buen cristiano, como se decí­a en el pasado, con fe de carbonero.  La Iglesia debe promover en los pocos curas que quedan una vida ejemplar.  De lo demás, supongo, y ateniéndome a las viejas enseñanzas, se hará cargo el mismo Espí­ritu que sopla por donde quiere.