Una historia de Navidad (bis)


A solicitud de mi colega Julio Trejo Pineda y otros lectores, repito una historia real de Navidad, publicada aquí­ en diciembre de 2004. El protagonista principal puede ser un sacerdote católico o un pastor evangélico, que para el caso es irrelevante.

Eduardo Villatoro

Un joven clérigo recién graduado del seminario fue asignado para reabrir un templo en los suburbios de Brooklyn. Cuando llegó a comienzos de octubre se encontró con un viejo edificio. El templo estaba en pésimas condiciones, pero el ministro religioso se fijó la meta de tener reacondicionado el vetusto templo la noche previa a la Navidad, cuando oficiarí­a su primer servicio.

Trabajó arduamente, ayudado por algunos voluntarios, reparando bancas, pintando paredes y restregando el piso. El 18 de diciembre ya habí­an concluido los trabajos de reparación; pero la noche siguiente, se desató una copiosa tormenta cuya tempestad azotó por dos dí­as la ciudad de Nueva York. Al amainar el temporal, muy temprano en la mañana, el pastor fue a ver el estado de su iglesia.

El agua se habí­a filtrado a través del techo, causando que un área considerable del pañote cayera de la pared frontal del santuario. El sacerdote limpió como pudo el desastre en el piso, y no sabiendo más que hacer por el momento, partió hacia su casa, pero en su camino advirtió que en un pequeño local se estaba realizando una «venta de garaje». Decidió entrar, por curiosidad. De pronto, miró que uno de los objetos que estaban en venta era un hermoso mantel hecho a mano, color hueso, con un exquisito trabajo de aplicaciones, bellos colores y con una cruz bordada en el centro. Era justamente el tamaño adecuado para cubrir el hueco de la pared frontal de su templo. Compró el mantel y volvió al templo.

Habí­a comenzado a caer menuda nieve. Una mujer entrada en años iba caminando de prisa, en dirección contraria, intentando alcanzar el autobús, pero no logró su cometido. El pastor la invitó a esperar en el templo mientras pasaba el próximo bus. La señora, de cabellera blanca, se sentó en una de las bancas de madera, mientras el joven cura subido en una escalera, con clavos, tachuelas y martillo colocaba el mantel en la pared, a manera de tapiz.

El mantel lucí­a hermoso y cubrí­a toda el área dañada por la tormenta. De repente, el ministro notó que la anciana caminaba hacia el altar. Su cara estaba demudada y al llegar cerca del sacerdote le preguntó: Reverendo ¿dónde consiguió usted este mantel? El sacerdote se lo explicó. La mujer le pidió revisar la esquina inferior derecha. Las iniciales EGB aparecí­an bordadas allí­.

Eran las iniciales de la anciana que ella habí­a bordado cuando hizo el mantel 35 años atrás, en Austria, antes de la Segunda Guerra Mundial. Ella y su esposo tení­an holgada posición económica, pero cuando los nazis tomaron el poder la forzaron a huir. Su marido debí­a seguirla dí­as después; pero la mujer fue capturada, enviada a prisión y nunca más volvió a saber de su esposo, ni retornó a su casa. El pastor ofreció llevar en su modesto automóvil a la anciana hasta su apartamento e intentó regalarle el mantel, pero ella lo rechazó. Estaba muy agradecida porque viví­a al otro extremo de Nueva Cork.

¡Qué hermoso fue el servicio de la Nochebuena! El viejo templo estaba pletórico de feligreses, y al final del servicio el sacerdote despidió a todos en la puerta. Pero un hombre mayor, que reconoció como vecino del barrio, seguí­a sentado en una de las bancas, mirando hacia el frente. El anciano preguntó al pastor dónde habí­a obtenido el mantel que estaba en la pared del frente, porque él creí­a haberlo visto antes. El hombre pensaba cómo podí­a haber dos manteles tan parecidos, porque uno igual al que estaba en la iglesia habí­a hecho su esposa décadas antes en Austria, antes de la guerra.

Relató cómo forzó a su esposa a irse de su casa, para seguridad de ella, y que él estaba dispuesto a seguirla, pero habí­a sido arrestado y puesto en prisión. Nunca volvió a saber de su mujer ni de su hogar durante todos aquellos 35 años. El ministro le preguntó si le permití­a llevarlo a dar una vuelta, para platicar fuera de la iglesia. Se dirigieron a Staten Island, hasta la misma casa donde el pastor habí­a llevado a la anciana tres dí­as antes. Subieron por la escalera hasta el tercer piso, donde estaba el apartamento de la anciana, tocó la puerta, y presenció la más bella y tierna reunión de Nochebuena que jamás pudo haber imaginado