Una historia de atascos


Como si no termináramos de asombrarnos, como si todaví­a existiera espacio para la sorpresa, muchos leí­mos hoy en los diarios el ví­a crucis sufrido por quienes habitan la carretera de salida a El Salvador.  En resumen, dicen los periódicos, lo de ayer fue un caos.   Y he pensado que si sólo ayer conocieron esos ciudadanos la anarquí­a vial deben sentirse bienaventurados, dichosos y plenos por la bendición solí­cita del cielo.

Eduardo Blandón

            Los mortales vivimos todo el tiempo los atascos.  Hace años, por ejemplo, viví­ en la zona 1 (1996 para ser exacto) y eso que llaman los expertos como «aumento del parque vehicular» ya se viví­a y no era sólo parte de la literatura vial.  En aquel entonces tragué todo el humo que no habí­a respirado en mi vida gozosa y relajada en el Monte Casino de Guatemala.  Incluso, era tanta la «atorazón» de carros que varias veces opté por irme caminando al trabajo.

            Luego, por azares del destino y del amor emigré a Molino de las Flores (buscando la paz del Seminario Mayor de la Asunción que está vecino).  Y no hubo milagros, la Roosevelt terminó con todo, incluyendo ese amor por el que estaba dispuesto a casi todo.  El tránsito era insoportable y mis llegadas tardes al trabajo, legendarias.  Por miedo a que se volviera el vicio parte de mi carácter huí­ a mejores tierras, según la ilusión del momento.

            Nuevos proyectos me movieron a la zona 2 (Ciudad Nueva).  Fue cuando conocí­ la famosa Calle Martí­.  Uno cree haberlo conocido todo, pero en materia de tránsito se es neófito mientras no se viva la experiencia de la «salida al Atlántico».  Aquí­ todo fue inútil, ni rezos de rosario, jaculatorias, maldiciones ni juegos amorosos me hicieron perseverar mucho en ese lugar,  dorado, según mi candidez.

            Como judí­o, sin serlo, me fui errante a la zona 6 (ahora en la famosí­sima 4-3).  Fue peor.  Ya sabe usted, el Estadio, Cementos Progreso, Chinautla y asentamientos a granel  me pusieron al borde del infarto.  Otra vez el amor me habí­a estimulado para tan horrible empresa, pero acostumbrado a las desilusiones discutimos el gran tema de la vida y tuvimos que decir: O el amor (nuestra relación) o el tráfico.  Optamos por el amor y nos fuimos de esa zona populosa.

            Nos dirigimos a un lugar semejante a Masada.  Querí­amos vivir cerca de Dios y alejados de los hombres.  Lo logramos: una montaña en Villa Nueva (justo, como los ricos y famosos).  Claro, ahora casi tocamos a Dios, pero Satanás toma venganza con el suplicio diario de la cuesta de Villalobos.  Ya era horrible la experiencia, pero Fritz Garcí­a, utilizado por Belcebú, aumentó la pena con su famoso proyecto calcado del extranjero llamado «Transmetro».

            La penitencia diaria nos ha hecho considerar en una próxima emigración.  Y mire cómo son las cosas, pensábamos buscar mejores aires en la carretera que conduce a El Salvador.  Esa carretera que ayer taponó los oí­dos del cielo por tantas maldiciones en coro.  Ellos tampoco están bien, por lo visto, pero les tengo un consuelo: no están solos.  En Guatemala quizá sólo los que viajan en helicóptero pueden vivir lo que los cristianos llaman «la paz de los justos».