Como si no termináramos de asombrarnos, como si todavía existiera espacio para la sorpresa, muchos leímos hoy en los diarios el vía crucis sufrido por quienes habitan la carretera de salida a El Salvador. En resumen, dicen los periódicos, lo de ayer fue un caos.  Y he pensado que si sólo ayer conocieron esos ciudadanos la anarquía vial deben sentirse bienaventurados, dichosos y plenos por la bendición solícita del cielo.
           Los mortales vivimos todo el tiempo los atascos. Hace años, por ejemplo, viví en la zona 1 (1996 para ser exacto) y eso que llaman los expertos como «aumento del parque vehicular» ya se vivía y no era sólo parte de la literatura vial. En aquel entonces tragué todo el humo que no había respirado en mi vida gozosa y relajada en el Monte Casino de Guatemala. Incluso, era tanta la «atorazón» de carros que varias veces opté por irme caminando al trabajo.
           Luego, por azares del destino y del amor emigré a Molino de las Flores (buscando la paz del Seminario Mayor de la Asunción que está vecino). Y no hubo milagros, la Roosevelt terminó con todo, incluyendo ese amor por el que estaba dispuesto a casi todo. El tránsito era insoportable y mis llegadas tardes al trabajo, legendarias. Por miedo a que se volviera el vicio parte de mi carácter huí a mejores tierras, según la ilusión del momento.
           Nuevos proyectos me movieron a la zona 2 (Ciudad Nueva). Fue cuando conocí la famosa Calle Martí. Uno cree haberlo conocido todo, pero en materia de tránsito se es neófito mientras no se viva la experiencia de la «salida al Atlántico».  Aquí todo fue inútil, ni rezos de rosario, jaculatorias, maldiciones ni juegos amorosos me hicieron perseverar mucho en ese lugar,  dorado, según mi candidez.
           Como judío, sin serlo, me fui errante a la zona 6 (ahora en la famosísima 4-3). Fue peor. Ya sabe usted, el Estadio, Cementos Progreso, Chinautla y asentamientos a granel me pusieron al borde del infarto. Otra vez el amor me había estimulado para tan horrible empresa, pero acostumbrado a las desilusiones discutimos el gran tema de la vida y tuvimos que decir: O el amor (nuestra relación) o el tráfico. Optamos por el amor y nos fuimos de esa zona populosa.
           Nos dirigimos a un lugar semejante a Masada. Queríamos vivir cerca de Dios y alejados de los hombres. Lo logramos: una montaña en Villa Nueva (justo, como los ricos y famosos). Claro, ahora casi tocamos a Dios, pero Satanás toma venganza con el suplicio diario de la cuesta de Villalobos. Ya era horrible la experiencia, pero Fritz García, utilizado por Belcebú, aumentó la pena con su famoso proyecto calcado del extranjero llamado «Transmetro».
           La penitencia diaria nos ha hecho considerar en una próxima emigración. Y mire cómo son las cosas, pensábamos buscar mejores aires en la carretera que conduce a El Salvador. Esa carretera que ayer taponó los oídos del cielo por tantas maldiciones en coro. Ellos tampoco están bien, por lo visto, pero les tengo un consuelo: no están solos. En Guatemala quizá sólo los que viajan en helicóptero pueden vivir lo que los cristianos llaman «la paz de los justos».