Si el amor a Guatemala se midiera por el número de candidatos interesados en llegar a ser Presidente, Alcaldes, Diputados, miembros del Parlamento Centroamericano o simplemente Ministros, podríamos decir que en este país muchos aman bastante el suelo patrio. Habría que decir que el ardor y el celo por hacer grande a la nación es exagerada, casi un fanatismo que nos pondría para un «Guinness World Records».
Las evidencias parecen irrefutables. Los candidatos trabajan día y noche por tomar el timón del país. El trabajo es frenético, incansable, tenaz. Se preparan discursos a diario, se frecuentan los medios de comunicación social, se visitan ciudades, se ofrece amistad, se abraza a la gente, se practican posturas, se regalan sonrisas. Sólo hay una idea en la mente: llegar, gobernar y hacer de Guatemala un gran país. Esto es una locura, el amor patrio es extremo, la gente se volvió maniática.
Con tanta gente así, es de esperar que los candidatos, aunque pierdan, seguirán urgidos por construir la nación que sueñan y ofrecen a diario. Pensarán que la pérdida de una batalla no puede quitar el deseo por construir la Guatemala del siglo XXI. El amor sobrepasará cualquier pequeña frustración. Trabajarán de otra forma, desde el Congreso, desde otras trincheras, para colaborar con el equipo ganador, ese con quien comparten algo: el amor por el país.
Tanta pasión por Guatemala no se puede esfumar por la pérdida de la campaña, qué va, eso sería inmadurez, y el amor de los candidatos no es de adolescentes, no es una ilusión o un vano deseo, es amor verdadero. No tendría que irnos mal después de las elecciones porque son muchos los que quieren al país, hay tanto amor que la nación está pintada de colores, hay muchas canciones y la buena voluntad es desbordante. A menos, claro está, que los candidatos nos mientan y no sea el amor por el país lo que los mueva, sino otras intenciones, pero eso no puede ser.
Sería de malpensados concebir que los candidatos buscan dinero, prestigio y poder. No puede ser. Se les ve tan infatuados, benevolentes y prestos por hacer el bien que pensar mal sería diabólico. ¿A quién se le ocurriría pensar que tienen mala voluntad y que buscan sólo su propio provecho? Sólo a espíritus pesimistas, maleados y mal pensados. Estoy seguro que los candidatos quieren el bien de Guatemala y aquí lo que está ocurriendo es una revolución nacional de amor por el país. Lo demás constituye sospechas perversas que a nada conduce a la mente.
Aquí las ideologías no interesan porque casi todos comparten más o menos la misma utopía. Los discursos giran alrededor de la lucha contra la pobreza, las injusticias, la seguridad, el bienestar y la mejor distribución de la riqueza. Casi todos hablan de mayores oportunidades, educación y salud. De modo que en el fondo no interesa si gobierna una flecha, tres dedos, una pirámide o un simple círculo. Con cualquiera de los candidatos el país sale vencedor.
Entonces, amigo, no hay de qué preocuparse. Guatemala en menos de nueve meses comenzará una nueva historia y lo mejor está por venir. Dichoso nosotros que seremos testigos de tan magno evento. Dios es bueno.