El lobo estepario que renunció al miedo heredado, el hombre que en lugar de preocuparse se ocupaba en darle prosas y sonatas de simplezas a lo mas complejo de la historia, el trovador y poeta amigo que no era de aquí, ni era de allá, el que nada tenía que perder, el firme ser humano atento a los mas pequeños detalles de la vida, el noble cantautor que por nacionalidad tenía el credo justo, la belleza de lo humilde y el color de la libertad, el grande, brillante y verdaderamente facundo, desprendido, fácil y suelto en el hablar cual definición de su propio nombre.
í‰l… Facundo Cabral, el que aprendió y compartió con el mundo la lección de que nunca es tarde, que siempre se puede volver a empezar, el que en las noches vaciaba su copa para que al siguiente día, con nueva agua de vida la llenara Dios. í‰l que con soltura decía… “Se gana y se pierde, se sube y se baja, se nace y se muere, tal vez nunca, nunca pensó que en su libre y digno transitar por el mundo; el horror le asechara, la maldad le emboscara y la inclemencia de viles, sus palabras y su canto callarían.
Un peregrinar de llanto estremece el cielo de la América latina, forzados designios tiñen de gris el folklore de nuestro continente, entre la marcha de los pies cansados se dejaron escuchar horrendos disparos que enlutan nuestro presente. Triste por Guatemala que perversos maleantes hicieron de su suelo el escenario donde la muerte violenta sorprendió al poeta libre, sensible, soñador y humilde. Sirvan estas palabras para ahuyentar de la región a los fantasmas de la xenofobia, a los macarras del señalamiento y a los demonios de la confrontación.
Cuesta entenderlo, pero para quienes hemos vivido el gozo profundo de la sensibilidad, de las palabras y de la sabiduría de Facundo, no nos queda más opción que practicar su enseñanza, y él en su canto, en su excelsa prosa, entre sus grandes palabras siempre… siempre predicó el perdón. Decía; Perdona a todos y perdónate a ti mismo, no hay liberación más grande que el perdón; no hay nada como vivir sin enemigos. Nada peor para la cabeza, y por lo tanto para el cuerpo, que el miedo, la culpa, el resentimiento y la crítica (agotadora y vana tarea), que te hace juez y cómplice de lo que te disgusta.
Pues por mucho disgusto, dolor, tristeza y malestar que nos pueda causar el abominable hecho que cegó la vida de Facundo, debemos unirnos, darnos fuerzas los unos a los otros y hacer con la vida, obra y semblanza de este inolvidable poeta, las sólidas herramientas que nos permiten desdibujar la impotencia, la ira y el dolor. Sólo así hallaremos una aleccionadora razón para honrar su memoria, solo así podrán; mente, espíritu y corazón, mitigar tanta impotencia y olvidar… porque como bien lo decía el mismo cantautor «El olvido es una gentileza de Dios.» Entonces hagamos uso del prodigio divino de ser del Dios padre imagen y semejanza, ¡Perdonemos y olvidemos! para legarle al mundo, libertad, amor, conciliación y esperanza.