Una frí­a belleza nocturna


FOTO LA HORA: PABLO PORCIUNCULA

Una mujer interpreta música al pie de las tumbas del Cementerio de Montevideo, lugar poco usual para organizar eventos culturales para turistas.» title=»FOTO LA HORA: PABLO PORCIUNCULA

Una mujer interpreta música al pie de las tumbas del Cementerio de Montevideo, lugar poco usual para organizar eventos culturales para turistas.» style=»float: left;» width=»250″ height=»166″ /></p>
<p>Con curiosidad y paso cansino, grupos de personas recorren el Cementerio Central de Montevideo, en una noche sin luna pero bajo la iluminación de focos que marcan el camino principal del bellí­simo camposanto inaugurado en 1835 y que guarda algún misterio y restos ilustres.</p>
</div>
<p> <span id=


FOTO LA HORA: PABLO PORCIUNCULA

Un grupo de visitantes captados a la llegada del camposanto. Los organizadores vieron potencial turí­stico en el cementerio fundado en 1835.» title=»FOTO LA HORA: PABLO PORCIUNCULA

Un grupo de visitantes captados a la llegada del camposanto. Los organizadores vieron potencial turí­stico en el cementerio fundado en 1835.» style=»float: left;» width=»250″ height=»160″ /></p>
<p>A lo largo del recorrido, cuatro estudiantes de la Escuela Municipal de Música, ubicadas en distintos puntos del cementerio, ejecutan con sutileza un violoncello, un violí­n, un clarinete y una flauta traversa, que retrotrae a épocas pretéritas azuzando la imaginación, aunque ningún resquemor.</p>
<p>Stephani Schlapp, de 24 años, toca con dulzura el violí­n a un costado del pasaje, pero nadie se detiene. «La gente no se para a escuchar. Es más bien una música de fondo», dice Stephani, a quien le divierte la tarea.</p>
<p>Una guí­a explica los orí­genes del Cementerio Central, el primer camposanto público de Montevideo, planificado por los arquitectos Carlos Zucchi en una primera etapa, y luego por Bernardo Poncini, en 1858. Como se estilaba en la época, hicieron del camposanto una obra de arte paisají­stica y ornamental.</p>
<p>Es que habí­a que hacer de la muerte algo bello y digno, donde los sectores más adinerados y de mayor alcurnia hací­an sus sepulcros a gusto y vanidad, con bellí­simos ornamentos encargados muchas veces a artistas de renombre nacionales -como José Belloni, José Luis Zorilla de San Martí­n o Juan Azzarini- o a escultores italianos.</p>
<p>La gente recorre distendida y sin temor, según confiesa, y prefiere observar embelesada los ángeles, bustos o representaciones de los difuntos, cruces, relojes alados, flores, yelmos, antorchas, coronas, trompetas, anclas y hasta una recreación en bronce de una batalla de la guerra del Paraguay, en la tumba del coronel Pedro Navaja. Tampoco falta simbologí­a masónica.</p>
<p>«No me da ningún miedo recorrer el cementerio de noche, aunque quizás antes de hacer el recorrido tení­a otra idea. Pero esto es como visitar un museo», dijo Andrea Méndez.</p>
<p>Exquisitas arboledas, en especial cipreses y palmeras, amortiguan los sonidos y enmarcan los panteones y monumentos, algunos en honor a mártires de guerras civiles o personajes como José Pedro Varela, autor de la ley que en 1874 convirtió a la enseñanza uruguaya en gratuita, laica y obligatoria.</p>
<p>El cementerio, que fue creciendo a lo largo de las décadas, consta de tres cuerpos, el último de los cuales data de 1968. Asimismo, se van apreciando las modificaciones estéticas propias de cada momento y los materiales utilizados.</p>
<p>Así­, en las tumbas que van de 1835 a 1860, se utiliza el mármol blanco y predominan escultores italianos. De 1860 a 1880, siguiendo la tendencia europea, se busca embellecer la muerte y predomina el mármol de Carrara y pizarra belga. Pero a partir de 1920 disminuyen las ornamentaciones y alegorí­as de la muerte, exhibiendo mayor sobriedad.</p>
<p>En el Panteón Nacional reposan, entre muchos otros, los restos de personajes ilustres, como la poetisa Delmira Agustini, los pintores Juan Manuel Blanes y Pedro Figari, el poeta Juan Zorrilla de San Martí­n, o el último Cacique charrúa Vaimaca Perú (1790-1833), cuyos restos se exhibí­an en el Museo del Hombre de Parí­s, antes de ser devueltos a Uruguay en 2002.</p>
<p>El Cementerio Central tiene la sombra del mí­tico tesoro de monedas de oro y joyas de las hermanas Clara y Claudia Massilotti, que alegaban que su padre, oficial de Giusseppe Garibaldi, lo habí­a enterrado antes de regresar a Italia, tras participar en la Guerra Grande (1839-1851).</p>
<p>Llegaron a Uruguay munidas de mapas y relatos familiares, que ubicaban el tesoro cerca del Panteón Nacional. En 1951 obtuvieron autorización municipal para excavar, pero no tuvieron éxito, pese a que reanudaron la búsqueda en cinco ocasiones, hasta 1971.</p>
<div class=

«No me da ningún miedo recorrer el cementerio de noche, aunque quizás antes de hacer el recorrido tení­a otra idea. Pero esto es como visitar un museo»

ANDREA Mí‰NDEZ

visitante