“Yo no temo al Sufragio Universal, la gente votará como les hagamos creer.” Tocqueville, 1835
El martes 29 de abril abordamos el tema de la reelección presidencial porque su prohibición constitucional es, a nuestro parecer y en buena medida, un obstáculo más para el desarrollo integral y multilateral.
Por un lado “prohibir” no es precisamente un verbo netamente democrático, y por otro, reelegir a un expresidente que pudiera habernos parecido a la mayoría, aceptable o eventualmente oportuno para un momento dado, nos parece bien y útil, porque el susodicho cuenta ya con semejante experiencia y supondría una continuidad de propósitos y prioridades específicos en su gobierno. ¡Nada más! La reelección, aunque puede ayudar, no hace milagros. Por último, los “riesgos” que se achacan a la reelección son absurdos; con los actuales sistemas computarizados de conteo, con observadores extranjeros, etc., no vale la excusa del fraude y sobre el aprovechamiento de recursos del Estado también es válido para el candidato oficial. ¿Lo prohibimos también? Pero la reelección, al final de cuentas, tampoco es ya suficiente. Al considerar el particular grado de calamidad nacional en el que vivimos se requiere de medidas extraordinarias, no sólo decididas sino incluso extremas, ¡porque aquí y ahora, hay muchos guatemaltecos muriendo, pudiéndose evitar!
La democracia, en el caso de Guatemala, ha sido la “excusa-farsa” que se utilizó para caer tan bajo. ¡No estamos preparados aun para ella! Hoy ella es como un tótem que de nada o poco sirve a los auténticos intereses del país. Ha sido como una chamarra para tapar la perversión de los grandes poderes de facto y los de una cultura intratable. Sí; la democracia tal y como la hemos concebido y practicado ha sido sobrevalorada, digan lo que digan y se rasguen las vestiduras quienes se las rasguen.
La importancia que se le ha dado a esa falsa “imagen internacional de demócratas”, la hemos pagado muy caro. Proyectar que somos una nación “en vías de desarrollo”, representó dinero, armas y favores… ¡He ahí pues…!
Así, democráticamente, también más de la mitad de los niños del país están desnutridos; también tenemos democráticamente uno de los índices de asesinatos más altos del mundo; nuestra corrupción democrática es moneda de cambio; contamos con un democrático narcotráfico pujante y creciente; un sistema jurídico muy democrático, pero incapaz y corrupto; un sistema “penitenciario” democrático, que es una burla a todos los guatemaltecos, en el que los presos salen de noche con escolta pagada por nosotros; una centralización asfixiante bastante democrática; unas brechas abismales, crecientes y muy democráticas también, entre ricos y miserables; una recesión democrática enorme; sufrimos una guerra fratricida de treinta y seis años que incluyó elecciones “democráticas”; contamos también con una desgracia ecológica muy “democrática” y sin precedentes históricos; un crecimiento demográfico muy, muy democrático y suicida y como consecuencia ¡un lógico, absoluto y democrático rechazo al sistema y toda forma de autoridad!
Se suponía que la democracia y la Constitución nos llevarían sobre las vías del desarrollo y de la justicia, pero sólo han servido para amparar y proteger perversos intereses económicos que, en el fondo, se oponen a todo cambio que posibilite justicia, paz y desarrollo.
La democracia, repetimos, tal y como nos la han inculcado ha resultado ser un absoluto fraude que nos hunde cada vez más. ¡La verdad es que nos engañaron! Hay países mucho menos democráticos que están mucho mejor que nosotros en sus índices humanos, que son los más importantes.
Debemos concebir una democracia, -si se insiste en ella-, pero de forma tal, que cada gobierno cumpla con cotas específicas de desarrollo en cada área, ¡so pena de cárcel! Para ello es indispensable un gran “Plan de Nación” que nos señale el Norte. ¡Lo demás son cuentos chinos!
Por eso es fácil comprender por qué hay una gran cola de “frescos” queriendo llegar a la “guayaba”… ¿O no?