Llama la atención que algunos columnistas escriban que a la hora de elegir gobernante deba decidirse por aquel que combata frontalmente el narcotráfico, indican que los Zetas son la amenaza hoy por hoy y que el futuro del país depende de su guerra contra el dinero sucio. Igualmente, otros sesudos hablan de que hay que poner atención a quien se comprometa a considerar el “Pacto fiscalâ€. Es que el país, dicen, está condenado al fracaso con el modelo actual de recaudación de impuestos.
Si fueran estos los criterios de selección para el próximo 6 de noviembre, debe decirse que estamos cocinados de entrada y que el voto lo deberíamos tirar al basurero. Tomemos, por ejemplo, el primer caso: la guerra contra el narcotráfico. ¿Cómo hablar de guerra contra el dinero sucio si ninguno de los dos candidatos ha querido decir de dónde sacan tanto capital para promover sus millonarias campañas? ¿No le huele mal demasiado sigilo?
Por lo que a mí respecta, los dos señores son sospechosos por principio. El dinero abundante apesta y proclama a los cuatro vientos figuras escondidas tirando dinero a diestra y siniestra. Por supuesto no hay evidencias, no se ve, pero igual que uno intuye un cuerpo putrefacto por los zopes que vuelan celebrando un festín por los cielos, es válido deducir por la carroña de los billetes, la presencia diabólica de patrocinadores infernales. Algo huele mal entre los candidatos y lo nauseabundo la mayoría de gente lo percibe.
Igualmente, hablar de “Pacto fiscal†y elevar la carga tributaria es un pecado del que no se atreven ni mencionar en tiempos de campaña. Especialmente, cuando entre sus filas hay tantas mariquitas que se les arrugan los pétalos al nomás escuchar la palabra. Imagínese, por ejemplo, cómo hablar de eso en las filas del Partido Patriota entre los que se encuentran tantas derechas recalcitrantes y prehistóricas, medievales y conservadoras. Sencillamente imposible.
Tampoco hablará de eso el Partido Lider porque su consigna de campaña es endulzar el oído. Es el partido Lider, pero de la paja, del cuento y la mentira vulgar y ordinaria. Entonces no tenemos consuelo, ninguno de los dos en verdad quiere entrarle a los verdaderos problemas del país. Quieren llegar a gobernar para pasarla bien y resolver el problema financiero de su vida, nada más.
Eso sin hablar de lo tímidos que son cuando se habla del problema agrario nacional, la minería, la corrupción y los planes sociales. Aquí son mininos, gatitos de colección y enanitos de circo. Aquí se les apaga la voz y se les seca el cerebro. La creatividad choca con la realidad y por más que lo evidente resalte con colores chillantes, no saben qué hacer con tanta miseria junta.
Está bien, entonces, que los columnistas nos llamen a la reflexión antes de emitir el voto, pero, la verdad, es que entre más la pensamos, a peores conclusiones llegamos. Casi que votar con el corazón va siendo la mejor alternativa o cerrar los ojos, hacer una oración, y donde caiga el marcador poner la cruz condenatoria. No sé, esto está peor que decidirse por un estado civil.