¿Es posible que el ser humano pueda tener certeza absoluta de algo? Si la respuesta es afirmativa, ¿en qué consiste esa certeza? El matemático, físico, biólogo, filósofo y espadachín Renato Descartes se propuso responder a ambas preguntas. Descartes nació el 31 de marzo de 1596, en Turena, antigua provincia de Francia. Completó su educación en la Universidad de Poitiers, de la que egresó el 10 de noviembre de 1616, con un grado en ciencias jurídicas. Con la riqueza que su madre le heredó, pudo dedicarse holgadamente a la ciencia natural, a la matemática y a la filosofía.
La educación universitaria no le satisfizo porque, dijo, «eran tantos y tan grandes mis errores y las dudas que a cada momento me asaltaban, que me parecía que habiéndome instruido sólo había logrado descubrir mi propia ignorancia». Y «no había en el mundo una teoría capaz de satisfacerme por completo, de darme la certidumbre a que mi espíritu aspiraba.» Entonces decidió «buscar solamente la ciencia que pudiera encontrar en mí mismo o en el gran libro del mundo.»
Descartes se propuso buscar una certeza tal, que excluyera cualquier posible duda, de cualquier género que fuese tal duda. Esa certeza, precisamente porque sería indubitable, sería certeza absoluta. En aquel intento de búsqueda, Descartes observó que, por costumbre, podemos creer que es cierto aquello que realmente es incierto. Así, pues, la costumbre no podía suministrar certeza absoluta.
Adicionalmente, «ya que algunas veces los sentidos nos engañan, supuse que ninguna cosa existía del modo como se presentan ante nuestros sentidos». Y ya que cualquier ser humano podía engañarse aún en las cuestiones más elementales de la matemática, esta ciencia tampoco podía suministrar certeza absoluta. Finalmente, «ya que los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos, podemos tenerlos también cuando soñamos, decidí creer que las verdades aprendidas en los libros y por la experiencia no eran más ciertas que las ilusiones de mis sueños.»
Empero, Descartes se percató de que él mismo, que dudaba, tenía que ser algo; pues si no fuese algo, ¿cómo podría dudar? Adicionalmente, no podía dudar si no pensaba; y no podía pensar si él no era un ser. Era posible, entonces, una certeza absoluta, que podía expresarse así: «Pienso; por consiguiente, soy», o en francés, «Je pense, donc je suis»; o en latín, «Cogito; ergo sum». Esa certeza absoluta era «el primer principio de la filosofía que buscaba».
Y él podía imaginar que su cuerpo y el mundo del cual ese cuerpo era parte, eran mera ficción; pero él, que imaginaba semejante ficción, no podía ser también una ficción. Entonces la esencia de su ser no podía ser algo físico, sino pensamiento puro; y dijo así: «Este yo o, lo que es lo mismo, el alma, por el cual soy lo que soy, es enteramente distinto del cuerpo y más fácil de conocer que él.»
Supuesto que había encontrado una verdad de la cual tenía certeza absoluta, Descartes pretendió que había encontrado también un criterio general para distinguir entre lo verdadero y lo falso. Y dijo así: «Las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas. La única dificultad consiste en saber bien qué cosas son las que concebimos clara y distintamente.»
Post scriptum. En el año de 1649, la reina Cristina de Suecia invitó a Descartes a Estocolmo, para que le impartiera lecciones de filosofía. Las lecciones comenzaban a las cinco de la mañana. Fueron lecciones mortales. Descartes murió el 11 de febrero del año 1650, víctima de neumonía.