Una bomba de tiempo


El transporte público urbano debe evolucionar desde un sistema no politizado (vale la pena decirlo) en donde se beneficie al usuario en todos los aspectos. De ese modo se dejarán ver pululando en las calles buses como los de la fotografí­a.

DESDE LA REDACCIí“N

Ese monstruo que viaja sobre ruedas tiene ya un tamaño incontrolable. Cada dos o tres años -dependiendo de la evolución del crudo a nivel mundial-, el tema del transporte colectivo ha dado dolor de cabeza transformado ya en una cefalea persistente.

Eswin Quiñónez
eswinq@lahora.com.gt

La mayorí­a de guatemaltecos se ven obligados a abordar los ruidosos autobuses, viviendo, denunciando, aguantando y sufriendo un servicio poco confiable, buses en mal estado, alto grado de contaminación, pilotos irresponsables e irrespetuosos, accidentes a la orden del dí­a, falta de seguridad y muchos etcéteras que llenarí­an esta página.

Si nos proponemos buscar una solución y nos encaminamos hacia la sede del Ejecutivo, nos encontramos con que son los transportistas que tienen en concesión las rutas quienes se muestran inflexibles en cuanto a negociar los caminos adecuados en los que el usuario no se vea afectado, sin embargo, rechazan incrementar el «subsidio» otorgado cada año.

Por otro lado, los empresarios organizados, que sienten ser «los más ofendidos» con la subida del petróleo y se rasgan las vestiduras aduciendo que el «subsidio» ya no es suficiente y que la única solución es aplicando unos dardos de cuatro quetzales a la tarifa urbana.

Las comillas a la palabra subsidio son intencionales. Cada vez sale bailando y se convierte, al final, en la solución inmediata. El mismo juego de siempre: Sube el petróleo, viene la amenaza, y se incrementa el subsidio.

Siempre ha sido así­. Recordemos que a partir 1974, año en que comenzó a subsidiarse a los empresarios para mantener una tarifa asequible, éste se convirtió en un bálsamo aplicado por los gobiernos para mantener calmadito al monstruo.

Pero en estos tiempos, en donde los conflictos energéticos han tomado el ritmo de las economí­as y cuando el petróleo va modificando las polí­ticas de hasta los paí­ses más pequeños -como Guatemala, claro está-, las soluciones en forma de llamaradas de tusas ya no son las más adecuadas.

¿Quién fiscaliza el subsidio? ¿Realmente es invertido en paliar un incremento injustificado a la tarifa del servicio colectivo? ¿Los pilotos -quienes al final son los que se enfrentan al trají­n diario- ven el fruto de los Q25 millones mensuales que reciben los transportistas para subsidiar la tarifa? ¿Un sistema prepago tipo el Transmetro (mejorado, integrado y alimentado con un proyecto sostenible a largo plazo) vendrí­a a convertirse en el remedio efectivo que tanto se necesita?

Preguntas más, preguntas menos. Lo cierto del caso es que mientras no se despeje el camino la mecha de esta bomba de tiempo expirará y detonará un disgusto de grandes proporciones.