Un zarpazo a la democracia


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La reciente decisión del Senado de Paraguay destituyendo al Presidente Constitucional de ese país sudamericano, el exobispo católico Fernando Lugo, constituye un zarpazo a la democracia.

A pesar de los esfuerzos de los conspiradores para revestir esa medida con un ropaje de legalidad, no hay duda que fue un golpe a la institucionalidad no solo de esa Nación, sino de todo el continente americano.

Félix Loarca Guzmán


Destacados analistas como el dirigente político mexicano Cuauthémoc Cárdenas, están convencidos que en el caso de Paraguay hubo intromisiones del exterior, tanto de carácter político como de grupos del narcotráfico.

El propósito del golpe fue sin duda, favorecer a las élites  dominantes de ese país, especialmente a algunos sectores terratenientes, que sentían peligro para sus intereses por la simpatía que el Presidente expresaba hacia los movimientos populares y campesinos.

Además de ello, el gobierno del presidente Lugo era mal visto en los círculos más reaccionarios de Estados Unidos, por la buena relación que tenía con Hugo Chávez, presidente de Venezuela, quien es considerado como el “vivo diablo” por su postura independiente, sin sumisiones a los dictados del norte y por el pecado de impulsar la construcción de una sociedad con progreso y justicia social.

Los sucesos de Paraguay, demuestran que ahora los golpes de Estado se llevan a cabo en “forma moderna”,  o son más pulidos como dirían los patojos, sin tiros ni soldadescas, pero al final atropellando la voluntad popular, que había llevado al poder al hoy Presidente destituido.

El analista Sergio Rodríguez Gelfenstein, de la revista electrónica Con Nuestra América, con sede en Costa Rica, señaló: “Está visto que la democracia representativa es un instrumento del sistema capitalista para mantener el poder de las clases que lo engendraron. Cuando no les sirve, utilizan sus propios instrumentos para torcer la voluntad popular”.

Agrega que, las clases dominantes recurren a todos los mecanismos a su alcance: la desestabilización, la paralización económica, el secuestro de presidentes, la intervención militar, la expulsión violenta de su país como ocurrió hace tres años al presidente Manuel Zelaya, de Honduras, la insubordinación de policías en Bolivia y ahora la actuación ilegítima de un parlamento desprestigiado y corrupto en Paraguay.

Por otra parte, sobresale la pasividad de Estados Unidos frente a los sucesos en Paraguay. Si el golpe hubiera sido promovido por la izquierda, Washington ya habría intervenido militarmente.

Gelfenstein subraya que, en el caso de Paraguay quedó clara la farsa del “libre juego de la democracia”.  Un juego que está organizado para sostener el sistema y perpetuar el poder de la oligarquía.