Un Tor trix de maí­z, ¡por favor!


Este es el año del centenario de la Revolución de Octubre de 1944. Hoy por la mañana salí­ de casa, situada a media cuadra del comedor de la Canche. Pasé preguntando si tení­a tortillas. Es caro comer tortillas; un tanto más que comer carne o pescado. Me puedo dar el lujo de pedirlas, es fin de mes. La Canchita contestó que tendrí­a tortillas hasta dentro de dos semanas ¡si Dios nos da vida y nos manda unas libritas de maí­z! No hago caso a su plegaria. Admiro por un momento esas manos de abuelita cocinera de toda la vida.

Pablo Siguenza Ramí­rez

Regreso a la calle. Recorro varias cuadras. En cada esquina donde hubo tortillerí­a alguna vez, hoy encuentro panaderí­as, alquileres de computadoras y comedores solidarios donde sirven avena y atún enlatado. Todo menos donde comer, oler o si quiera ver maí­z. De quince años a la fecha el maí­z escaseó y encareció dí­a tras dí­a, año con año. La gente que viví­a en el campo se vino a la ciudad. Llenó de pobreza los campos de futbol y los barrancos urbanos. Ocuparon primero los cerros al lado del puente del Incienso y las áreas verdes en zona 21, por un momento se fueron a Villa Nueva y Petapa. Veinte años después tomaron el Parque La Democracia, Cayalá y el Campo de Marte. En el área rural no quedo más que el 12% de la población. El poco maí­z que producen allí­, lo comen ellos, ellas y sus familias. Si nosotros queremos tortilla debemos pagar mucho a las comunidades; pareciera que nos están cobrando todo ese trabajo agrí­cola que durante 600 años las ciudades no le pagamos al campo. Cobrando, con justicia, esa deuda histórica.

El Petén e Izabal formaron la República Independiente de La Palma y su cosecha de granos la venden a otros paí­ses, no a la Guatemala del Sur. El maí­z importado de Estados Unidos, dejó de venir hace un cuarto de siglo. El nuevo paí­s más poderoso del mundo controla la producción de alimentos básicos. Está del otro lado del mundo y no vuelve la vista a esta región pues somos un mercado pequeño.

El gobierno trató, una década atrás, de recuperar la producción de maí­z. Confiscó cientos de caballerí­as en zonas cañeras de la Costa Sur, a pesar de la oposición de la clase terrateniente. La presión de los más de 29 millones de hambrientos de la clase trabajadora, desempleada y empobrecida fue más fuerte que el poder de la oligarquí­a agraria. Las ciudades de Santo Domingo Suchitepéquez, Jalpatagua, Santa Lucí­a Cotzumalguapa, Quetzaltenango y Guatemala, las más grandes del paí­s manifestaron por más de dos meses continuos. El gobierno obtuvo las tierras, pero no logró encontrar la semilla adecuada. Los suelos en todo el paí­s son totalmente irrecuperables. Los transgénicos y fertilizantes quí­micos acabaron con la fertilidad y equilibrio biofí­sico del suelo. La semilla buena de maí­z, crece aún en las montañas donde pocas manos campesinas cuidan de ella.

Me dejo caer en una de las bancas del parque, bajo la sombra de la Ceiba 2 mil 235, me pregunto en qué momento se nos escapó la vida de las manos. Veo atrás en el tiempo y parece tan obvia la forma en que nos destruimos. Ahora sé que la carrera de acumulación capitalista acabó con la tierra, esa que los maya kiche» llaman la Madre Tierra.

Mientras me levanto de la banca, con miedo de mis vecinos y vecinas que a la vez temen de mí­; con pavor de los cuatro tipos que están parados en la esquina con escopeta en mano, custodiando un camión cargado con vegetales y agua potable; mientras un niño se quita del pie descalzo un chaye del tamaño de mi pulgar; destapo una bolsita de papel reciclado llena de Tor trix. Me llevo un puño de frituras a la boca y me pregunto si alguna vez esta comida chatarra fue hecha de verdadero maí­z.