El sábado 25 de agosto de 2007 fue publicado un artículo en esta columna del prestigioso Diario La Hora, denominado «El despertar: Lucia Bonato». El 26 de agosto de 2009, recibí este correo de Lucia:
Siéntense un momento, les voy a contar una triste historia.
í‰sta es la historia de un asesinato. Y la víctima es nada más y nada menos que la cultura.
Mataron un sueño y, con culpable miopía intelectual y profesional, echaron al traste una oportunidad que no les había costado nada. En realidad la víctima todavía no se ha muerto: sigue agonizando atrás de vidrios rotos, relegada en un cuarto entre polvo y telarañas, destrozada en libros descuidados, amontonados en el suelo o en estantes polvorientos.
Aclaremos los hechos. En los cursos de italiano que impartí durante cuatro años en la Universidad de San Carlos, tuve como estudiante por un par de años a la directora de la Escuela Oficial Rural Mixta de la colonia Villalobos Sur- Villanueva. Con ella visité la escuela y decidimos juntas dotar la institución de una biblioteca, que se inauguró en el mes de marzo de 2005 bajo el patrocinio del Instituto Italiano de Cultura de la Embajada de Italia. ¡Con grande asombro y mucha emoción descubrí ese día que la biblioteca llevaba mi nombre!
Los padres de los alumnos se encargaron de arreglar un lindo local justo a la par de la dirección, construir las mesas y las bancas, preparar la ceremonia. El proyecto incluía también actividades de capacitación para los maestros durante el verano y un programa de becas para los alumnos más necesitados. Todo marchaba a la perfección: los niños empezaron a leer y, con el tiempo, los 250 libros iniciales (comprados en Guatemala gracias a la venta en Italia de mis fotos y de productos de artesanía guatemalteca) alcanzaron los 600, gracias al entusiasmo solidario de muchos amigos que creyeron en la bondad y utilidad del proyecto.
Mi contrato en Guatemala venció hace dos años, pero un compromiso es un compromiso, así que en el 2008 volví a visitar la escuela: todo bien, sonrisas, abrazos, promesas. En el mes de julio recién pasado regresé nuevamente y… ¡Qué puñalada en la espalda!
Bajo una nueva dirección (desde 2008 un ex maestro de la escuela es el nuevo director) la moribunda biblioteca fue trasladada al patio trasero, en un aula inicialmente construida para las computadoras, que ahora en cambio ocupan el local bonito, cerca de la dirección. Fueron borradas las huellas de una existencia fugaz; se dispersaron parte de las mesas, bancas y hasta la mayoría de los libros, aparentando una «biblioteca viajera» bajo la responsabilidad de las maestras. Se dejó este cuerpo en putrefacción en una morgue indecorosa, a la cual se accede jalando una pita; el lugar ya no tiene rótulo, no tiene nombre, no recibe visitas piadosas ni siquiera para una limpiadita. Allí se asfixian entre el polvo y el olvido los libros que nunca salen de viaje. Y los que se van de manos en manos, cierto no quieren regresar a este tétrico lugar.
¿Qué moraleja tiene esta historia? ¿Y qué mensaje trasmite la dirección al alumnado despreciando de esta forma su biblioteca? Educar no es una simple transmisión de nociones. Un educador educa con palabras y con hechos, con su forma de ser, cuidando o descuidando las cosas.
No sé cuantas veces escuché la cantaleta «En Guatemala no hay cultura». Me la repitieron maestros y alumnos, gente común y hasta directores de colegios privados, que sin embargo confesaban haber cerrado sus bibliotecas para dejar espacio a la venta de útiles. Cultura… me pregunto cuál es el sentido de esta palabra mágica y diabólica para quienes practican y a la vez alimentan su ausencia en el país.
Ahora bien: como los libros sí tienen también un valor comercial (¡tan sólo los primeros 250 libros valían Q 13 mil!) es tiempo que la escuela de Villalobos rinda cuentas; si ya no está interesada en los libros, que los regrese o que devuelva el dinero.
Durante cuatro años viví y trabajé en Guatemala y allí dejé un pedazo de mi corazón encargando luego a mis estudiantes, amigos y colaboradores que me lo cuidaran para que cuando volviera lo encontrara contento. Así que sigo creyendo que vale la pena educar y sólo voy a tomar esta triste historia como una valiosa lección de la que sacar provecho para seguir fomentando la cultura, a pesar de todo atentado.
Lucia Bonato
Torino – Italia, agosto de 2009