Un reencuentro con Miguel Ángel Asturias


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Lo empecé a leer muy joven, cuando todavía mi pensamiento no conseguía comprender plenamente esas palabras, esas frases, esas oraciones, esos párrafos, esas ideas,

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Juan José Narciso Chúa

esas reflexiones abiertas y escondidas que nos entregó Miguel Ángel Asturias con sus obras. Leía y releía, avanzaba y regresaba, me degustaba y sonreía, me atraía y me alejaba, era un proceso lento de lectura, era un espacio de atención permanente, era un festín al espíritu, era una oda al descanso, era una crítica abierta al sistema, pero al final era un poema de vida.

Degusté a Asturias sin duda, lo disfruté, lo engullí como un sabroso fiambre, como un tentador pastel, me dejó plenamente satisfecho su lectura, su mensaje detrás de las letras, su profundo realismo mágico, me dejó fascinado su forma de romper con lo escrito, quebrar con lo estipulado, demarcar senderos que jamás había podido imaginar. 

Asturias tomaba el laberinto y lo disfrutaba, es más, lo gozaba, se insertaba en la utopía, la creía, la asentía, la hacía real, aunque establecía la quimera, sabía que lo que escribía era real. Su pensamiento crítico era genial, era meticuloso, era quirúrgico, pero por lo demás, resultaba maravilloso leerlo, resultaba intrigante comprenderlo, resultaba de una profundidad inasequible, pero cercanamente comprensible.

En estos días tuve un reencuentro con él, un acercamiento distinto, que tomó años de distancia, pero se facilitó con varias lecturas que tuve acerca de él y varios artículos con respecto su cumpleaños. Los viajes, más allá de conocer y disfrutar, permiten retomar la lectura detenida, la reflexión profunda, el uso de más tiempo para degustar la literatura y me lancé a una de sus obras. 
Viernes de Dolores fue la escogida. Un regalo que caló hondo, una muestra de involucramiento con respecto al Moyas, del Viernes de Dolores, de la Huelga de Dolores y a uno de los creadores de la famosa Chalana, el himno de guerra de los estudiantes universitarios.

Este retorno al tiempo previo al Viernes de Dolores, me condujo hacia un Asturias diferente. Él no había cambiado, pero yo sí y en ese intercambio de tiempos y bajo la lectura de una linda obra, pude apreciarlo más, me hizo entenderlo más, me hizo comprenderlo más. 

Más allá de su época, más allá de su obra, más allá de su mensaje. Existe un Asturias que es un chapín que vivió su vida con intensidad, flanqueado por sus amigos universitarios: ahí estaba Pumum, Choloj, Zancudo, Choco, Loco, Negro, y toda ese tropel de estudiantes y cuestionadores de su realidad, provocadores de emoción, buscadores de una sociedad distinta. 

Cal y canto, cal y canto, adentro el silencio, afuera la vida, dice Asturias, como si la pared del Cementerio fuera esa línea de la realidad entre los buenos y los malos, los pobres y los ricos, los de arriba y los de abajo, dicotomía que todavía hoy persiste y, a veces se profundiza. 

Miguel Ángel Asturias, el eterno Moyas, el gran Lengua, el eterno estudiante, el impenitente revolucionario, el que adoraba las tradiciones chapinas, como la Semana Santa, la Navidad, el que se creó allá en la Parroquia, su barrio querido. 
Cuanta vida, cuanta letra, cuanta importancia, cuanto nos legó y nos influyó para siempre. Un reencuentro feliz, un retorno hacia la utopía, un regreso a la nostalgia y la búsqueda permanente de un futuro distinto. Gracias Asturias, respetuosamente, gracias Moyas.