Un pujante negocio llamado colegio privado


 No es la primera vez que coincido con el periodista Edgar Juárez, editor del periódico virtual Chichicaste, respecto a los análisis que plantea en torno a distintos temas.

Eduardo Villatoro

 El caso que abordaré seguidamente interesa no sólo a la clase media y media baja, sino también a familias de las clases alta y media alta, que son ví­ctimas de la voracidad de quienes han convertido la educación de los establecimientos privados en grosero negocio con descarados fines de lucro, que podrí­a considerarse legí­timo porque al fin y al cabo lo que un negociante persigue es el beneficio económico; pero cuando está de por medio la formación educativa de miles de jóvenes de uno y otro sexo que con el transcurso del tiempo devendrán en dirigentes empresariales, polí­ticos, sociales y de otra í­ndole del futuro mediato e inmediato de Guatemala, el asunto toma caracterí­sticas de gravedad para los destinos del paí­s, porque muchos ciudadanos de las presentes y futuras generaciones se están formando en un mundo cultural cuyos métodos privilegian el mercantilismo sobre elementales y fundamentales valores y principios que hemos heredado de nuestros antepasados

 

En su más reciente portal mediático, Juárez afirma que la educación privada en Guatemala establece misiones, visiones, fines y objetivos falaces y alejados de la realidad. Con las honrosas excepciones del caso que saltan a la vista -advierto yo- la actividad educativa privada es mayoritariamente comercial y sólo un ligero porcentaje contiene educación de calidad.

 

Señala Edgar que especialmente colegios de garaje y algunos de pomada hacen lo mismo: «extorsionar a los padres de familia», que por pusilánimes o ignorantes aceptan las leoninas condiciones de los propietarios de esos establecimientos, que en muchos casos no son maestros, menos pedagogos, sino personas que con un especial olfato mercantilista optan por dedicarse a la explotación inmoral de la educación.

 

En enero sobresalen los abusos que cometen los propietarios de esos «centros de enseñanza» -aunque en el caso de varios colegios de las clases altas esta explotación se reinicia tan pronto como concluye el año lectivo anterior-, al exigir sumas exorbitantes en concepto de inscripción, sin que previamente los docentes hayan sido objeto de alguna evaluación para medir su capacidad pedagógica y categorí­a moral, y de ahí­ que, como advierte Edgar, abundan casos de secretarias impartiendo clases de álgebra, bachilleres enseñando quí­mica, peritos contadores al frente de cursos de lenguaje.

 

Las elevadas cuotas de inscripción son sólo el principio de una serie de pagos «extras», puesto que le suceden la compra en el mismo colegio de útiles escolares, uniforme, ropa deportiva y tenis; la «colaboración»Â  para celebrar el cumpleaños de la maestra o del director; el aniversario del colegio; el Dí­a del Maestro; el 15 de Septiembre; la kermés destinada a recaudar fondos para reconstruir el edificio escolar, y culmina con la pomposa graduación de los estudiantes del último grado en un hotel, con anillo, birrete y traje completo. Todo pagado por los padres de familia y con sólo dos o 4 invitaciones. Un redondo negocio cuyas consecuencias se evidencian cuando los egresados de esos amañados colegios de secundaria que intentan ingresar a la Universidad, no aprueban el examen de admisión.

 

(El maistro de Geografí­a pregunta a Romualdito Tishudo: -¿Cuáles son los cinco continentes? El niño responde: -Son 4; América, Europa y ífrica. El perito contador repone: -Te faltó Estados Unidos).