No puedo anotar con precisión la fecha ni el nombre del amigo cuyo cuerpo yacía exánime en una capilla funeraria de la zona 9. Sólo se asoma a mi memoria el vago recuerdo que el presidente Alfonso Postillo cumplía el primer año de su mandato. Pero tengo la certeza de que eran las primeras horas de la mañana de ese día y que contadas personas acompañábamos a los deudos.
  En un momento dado me quedé a solas con el ingeniero ílvaro Colom, quien, por primera vez, había sido derrotado en las entonces recientes elecciones presidenciales. Conversamos durante una media hora, lapso durante el cual percibí el brillo de ansiedad y confianza que se desprendía de sus vivaces pupilas, acompañado de sus pausadas palabras que aseguraban que volvería a competir por la Presidencia de la República en la siguiente jornada electoral.
  Como en ese tiempo nos tratábamos de vos, aunque él prefiere el tuteo, yo me atreví a sugerirle, palabras más, palabras menos: -Espero que si llegás al poder no dejés de ser humilde; designá funcionarios que siempre te digan la verdad, y no escuchés a los que abundan en elogios.
  Transcurrieron los años. Volvió a ser candidato presidencial y por segunda vez perdió, pero en la tercera ocasión-ocioso es mencionarlo- resultó elegido. Cuando lo veo y escucho por televisión, me da la ligera impresión que pretende ser humilde; pero creo que sólo es una imagen artificiosa, porque jamás he escuchado de sus labios que se ha equivocado, que ha cometido errores y que está dispuesto a enmendarlos.
  El miércoles pasado tuvo una valiosa oportunidad de reconciliarse con un elevado porcentaje de guatemaltecos que lo critican y lo detestan a causa de su actitud que podría calificarse de indiferencia ante la ola de violencia criminal que diariamente provoca la muerte de niños, jóvenes, adultos y ancianos.
  Durante la transmisión de su programa radial Despacho Presidencial, el mandatario aseguró que el año anterior en todo el país se registró una reducción en la escalada de la delincuencia, pero el ministro de Gobernación le enmendó la plana al aseverar que en 2009 aumentó «levemente» el número de asesinatos y homicidios.
  Coincido con Oscar Clemente Marroquín, en cuanto a que el presidente Colom, en un súbito arranque de solidaridad con las víctimas de la criminalidad, pudo haber expresado palabras de congoja y preocupación, además de anunciar la adopción de medidas extraordinarias para combatir el flagelo de la delincuencia. Pero es demasiado esperar un gesto de humildad del gobernante.
   (Un empleado público le pregunta a Romualdo Tishudo: -¿En qué se parece Superman con un alto funcionario humilde? -¿En qué? pregunta mi amigo. -En que ninguno de los dos existe).