Un paí­s sin lectores


 Se aproxima la Feria Internacional del Libro y con ella el momento propicio para reflexionar sobre nuestros hábitos lectores.  Seguimos en lo mismo, es poco lo que hacemos para mejorar en esta área y, aunque parece unánime el reconocimiento de esta actividad, las deficiencias todaví­a no nos angustian.  La posmodernidad ha llegado y estamos en condiciones deplorables.

Eduardo Blandón

En el año 2005 (que es el último dato que tengo a la mano), el diario elPeriódico publicó que según el Consejo de Lectura de Guatemala, de cada cien guatemaltecos, sólo uno lee porque le gusta, por placer. Los demás no lo hacen o lo hacen por obligación.  La nota da espanto porque indica que menos del 1 por ciento de la población tiene hábitos permanentes de lectura, «con lo que el paí­s queda relegado a uno de los últimos lugares en el mundo sobre esta materia».

 

 Contrastemos nuestra realidad con España que no es de los paí­ses europeos que más destaquen en la afición por los libros.  Según el Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros del tercer trimestre de 2009  (tomado de la obra de Manuel Cuadrado, «Mercados culturales. Doce estudios de marketing»), el í­ndice de lectura durante los nueve primeros meses del año se situó en el 54,6% de la población, llegando al 81% cuando se refiere a los universitarios. 

 

Esta información nos da una idea del enorme trabajo a realizar para revertir las cifras y convertirnos, en verdad, en un paí­s de lectores.   Las posibilidades que para la inteligencia ofrece leer no pueden subsanarse con nada, no hay substitutos, el resultado de tal ausencia es la imbecilidad, la muerte espiritual, el retraso moral.  Por eso no es gratuito que la mayor parte de los investigadores coincidan en las ventajas de leer.

 

 Filiberto Felipe Martí­nez Arellano, en el libro titulado «Seminario Lectura: Pasado, Presente y Futuro», destaca ocho virtudes de la lectura: 1) La lectura implica toda la vida psí­quica, las actividades que exigen un esfuerzo movilizan toda la capacidad psí­quica; 2) La potencia de las facultades lógicas, el esfuerzo mental que va hermanado con la lectura; 3) El enriquecimiento del patrimonio lingí¼í­stico (hablar, oí­r, leer y escribir); 4) El espí­ritu crí­tico: la lectura de diferentes formas de pensar sobre una cosa; 5) La lectura educa nuestro sentido estético; 6) La lectura nutre la fantasí­a; 7) Ensancha la imaginación; y 8) Cultiva el sentimiento.

 

 Queda evidenciado, que con la lectura nos la jugamos todas en la inteligencia de los niños.  Sin leer estamos condenados a la vida en las cavernas, al fundamentalismo y a cualquier acceso hacia la cosa bella.  Sin lectura no hay sensibilidad, la dermis se destruye y nos volvemos incapaces de cualquier aproximación a la maravilla.  Por eso, la educación lectora no es algo que se deba tomar a la carrera ni dejar la responsabilidad sólo en los profesores.  En esto, todos tenemos que estar implicados.

 

Los consejos son muchos y van desde leer a los pequeños en la más tierna edad, darles el ejemplo, convertirnos en modelos de padres lectores, comprar libros en familia, enseñarles a usar la biblioteca… hasta introducirlos en Internet.  Las iniciativas en esta dirección, dicen los expertos, deben ser creativas buscando, sobre todo, un ví­nculo afectivo, emotivo y, no solamente cognitivo.

 

Néstor Garcí­a Canclini, en la obra «Encuesta nacional de lectura. Informes y evaluaciones», sintetiza lo dicho atrás de la siguiente manera: «En vez de seguir oponiendo los libros y la televisión, convendrí­a ensayar formas diversificadas de fomentar la lectura en sus múltiples oportunidades, en las páginas encuadernadas y en las pantallas.  Esto requiere mucho más que exhortaciones ilustradas a leer: hay que reconvertir las bibliotecas esclerosadas en centros culturales literarios y audiovisuales donde los estantes convivan con talleres atractivos, computadores y accesos a Internet.  Necesitamos más librerí­as amables, no sólo para comprar sino donde se pueda también tomar café».