Cuando hace muchos años en una disertación en la Casa de la Reconciliación, don Juan Pablo Corlazolli expresó esa frase al analizar la situación de Guatemala tras la firma de la paz, me causó una gran impresión y varias veces la he repetido para referirme a la forma en que hemos creído que construimos la paz tapando el ojo al macho y sin entender que la guerra tuvo razones de peso y que fue consecuencia de la existencia de condiciones en el seno de nuestra sociedad que provocaron el enfrentamiento. El gran mérito de nuestros acuerdos de paz es que intentaron abordar esas condiciones y encontrar algunas políticas que permitieran ponerles fin.
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Hablar más de cuánto se ha cumplido de los acuerdos y si es válido cuantificar peras con manzanas y sumarlo todo para decir que hemos avanzado un equis porcentaje son puras babosadas porque todos sabemos cuáles son los temas más importantes y los que provocaron la guerra. Estos tienen que ver con la disparidad social tan extrema y marcada que hay en el país y que no se puede superar ni siquiera mediante una política fiscal que tienda a otorgar al Estado mayor cantidad de recursos para invertir en el campo social y de esa manera disminuir la brecha entre pobres y ricos creando políticas de salud y educación que al menos no dejen a los primeros en tan notoria y determinante desventaja.
Estoy seguro que el Gobierno no lo pensó así, pero a lo mejor la exclusión de quienes se consideran «partes» del proceso de paz en la celebración les haga reflexionar sobre su irresponsabilidad al no implementar los acuerdos y mantenerlos secuestrados sabiendo que eran la llave para continuar gozando del favor de la comunidad internacional. En eso pecaron tanto los guerrilleros como las autoridades que al apropiarse de los acuerdos de paz imposibilitaron que los mismos fueran socializados, que se trasladaran a la sociedad para que ésta los asumiera como guía para la búsqueda de los grandes consensos nacionales.
Sólo porque el guatemalteco tiene sangre de horchata, aunque a muchos les duela la expresión, es que este país no ha reventado con tanta desigualdad, tanta injusticia y, sobre todo, tanta incapacidad del Estado para actuar en aquellas áreas que son de su competencia. Vivimos en un país que se sufre ingobernabilidad porque lejos de implementar los acuerdos de paz, se implementó la doctrina que pregona la disminución del Estado a su mínima expresión y el resultado es que no tenemos Estado digno de tal nombre.
Somos un pueblo que aguanta todo estoicamente, hasta que unos banqueros hagan micos y pericos con su dinero. Somos un país en el que nadie reclama porque el aumento al salario mínimo sea una migaja en comparación con el aumento en el costo de vida que se produjo en las últimas semanas. El pan subió 25% y todo mundo aguantó el retopón, pese a que el aumento del salario mínimo se quedó en 5%. Los combustibles suben el día que se publica en los medios que el petróleo se encareció y baja meses después de que se sabe que el precio ya se redujo. Somos un pueblo pacífico y apaciguado a punta de reata durante años de conflicto y acaso sólo por ello es que podemos seguir hablando de la paz en este día, al cumplir diez años de la firma del último de los acuerdos sin que sustantivamente hayamos logrado mucho.
IMPRUDENCIA CRIMINAL: Ayer en la tarde, en la ruta a Mazatenango, un bus de la Empresa Charras puso en peligro la vida de sus pasajeros y de los ocupantes de otros vehículos en repetidas ocasiones, rebasando en curva y «echando cuerpo» para sacar a otros autos de la carretera. Atrás de ellos iba la patrulla de la PNC GUA 16065 y sus agentes nunca se inmutaron, no digamos actuar para detener al criminal que manejaba el bus. Creo que el piloto, los tripulantes de la patrulla y el dueño de esa empresa de transportes son asesinos en potencia que merecen algún castigo.