Un paí­s donde nunca pasa nada, nada, nada


Tres diputados salvadoreños calcinados. Un joven asesina a su prima menor de edad e intenta sacar su cadáver en una bolsa de basura. Asesinan con un block a un obispo que recién entregaba un informe sobre memoria histórica. Dieciséis nicaragí¼enses calcinados. Cinco reos decapitados. Un matutino aprovechó la oportunidad para mostrar a la tribu de Pavoncito celebrar con las cabezas. Una narcomatanza en Zacapa. Asesinatos de pilotos casi a diario. Gente buena que muere sólo porque no puede cumplir con las extorsiones… ¿Habrá necesidad de seguir?

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Si juntásemos todos estos casos en un libro, podrí­amos escribir la historia de horror más terrorí­fica de la historia. Hasta una mente sádica como la de Artaud, o un amante de la crudeza como Zolá, se asustarí­an de los hechos que ocurren aquí­.

El ministro de Gobernación, Francisco Jiménez, inicia hoy el proceso de interpelación, de varias decenas de preguntas, muy probablemente difí­ciles de responder. Seguramente, podrí­a enfrentar problemas, porque ¿quién puede explicar una situación tan surrealista? Por su parte, la director de la PNC, Marlene Blanco, también está enfrentando su propio proceso, ante el amparo que benefició al procurador de Derechos Humanos Sergio Morales.

Es muy cierto que las bancadas de oposición y la PDH tienen la imperativa obligación de fiscalizar y preguntar qué está pasando con la violencia en Guatemala. Sin embargo, debemos aceptar que no nos basta con interpelar, porque mientras esto ocurre, en más de alguna parte de Guatemala un extorsionador asesina a un deudor moroso.

El combate al crimen -al igual que la pobreza, la desnutrición y a la falta de acceso a la salud y la educación- debe ser prioritario para el Estado, y no sólo para el Gobierno. Hay mucho por mejorar en este paí­s, pero el tema de la seguridad no sólo es prioritario, sino que es urgente, ya que la mejor parte de la población sufre por ello.

Cuando un padre de familia amenaza a su hijo con un castigo si es que se porta mal; pero si de todos modos se porta mal y el padre no lo castiga, el efecto es peor, porque el niño aprende que no le pasará nada. En otras palabras, en nuestra cultura está metida la impunidad, porque nunca pasa nada. No pasa nada si nos pasamos un semáforo en rojo; no pasa nada si disparamos al aire; no pasa nada si nos emborrachamos y conducimos como locos por la calle… nunca pasa nada.

Ahora, a niveles superiores, ante los delincuentes, éstos están tan tranquilos porque nunca pasa nada. Nunca pasa nada porque la policí­a no los captura; y si los captura, el MP no es capaz de formular pruebas en su contra; y si las formula, los juzgados los absuelve o les impone medidas sustitutivas; y si los condena, las cárceles son el paraí­so del deliencuente. Los únicos que tienen miedo a la cárcel son las personas buenas, no los malhechores.

De parte del Congreso, aunque tienen todo el derecho de interpelar al ministro, serí­a mejor que asumieran su papel en esta prioridad del Estado. Ahí­ está, por ejemplo, la ley de armas, casi por engavetarse ya que no se ponen de acuerdo en quién debe regular el tema o sobre cuántas municiones se deben vender. El PDH también podrí­a interponer un amparo para que los diputados respondan -al igual que la directora de la PNC- sobre por qué no se ha aprobado esta ley, u otras prioritarias, como la ley de policí­as privadas.

Pero así­ es en Guatemala, el paí­s donde nunca pasa nada, nada, nada.