El hambre que padecen los niños y los adultos en las distintas zonas del país es algo que el gobierno debe tomar en serio cuanto antes. No deben permitirse discursos, demagogias ni justificaciones. Hay que actuar de inmediato y punto. Los programas deben volcarse a esos lugares y comenzar ya para que la situación no continúe como hasta ahora. Casi cualquier cosa se le debería perdonar a un gobierno, menos que permita la muerte de niños por falta de comida.
Una vez dicho esto, mi reflexión se dirige al gran hambre general que sufrimos los guatemaltecos. El hambre del ciudadano de la calle, el mío y el de muchos, no es sólo el de comida, es hambre también de trabajo, de salario justo, de seguridad, de educación, de medicina y transporte. En realidad somos un país famélico y desnutrido, anémico y enfermo de muerte. La falta de alimento en el hogar, es cierto, es la carencia extrema vivida en los hogares, pero se ha llegado ahí luego de un proceso lento de malnutrición vital.
Somos no sólo una sociedad con el estómago vacío, sino con las manos vacías, sin oportunidades y sin la más mínima esperanza de que las cosas cambien. Gobiernos van y gobiernos vienen, pero la estructura del Estado que permite el abandono de los más débiles, se mantiene intacta e intocable. Los empresarios continúan sus quejas, pero muchos de ellos evaden impuestos. Los políticos se enriquecen y los ciudadanos y el país siguen igual.Â
En Guatemala hay hambruna. Hay hambre de fe y de esperanza. Hay hambre de políticos honestos y empresarios conscientes. Hay hambre de pastores que no roben y de curas que no mientan. Hay hambre de verdad. Hay hambre de una Prensa sin compromiso con los poderosos, más transparente y menos hipócritas. Hay hambre de saber. Hay hambre de buenos profesores, sabios, justos, equilibrados, honestos y sin vicios (no alcohólicos ni acosadores sexuales). Hay hambre de honrados abogados, buenos médicos, eficientes arquitectos y aceptables ingenieros. La hambruna es generalizada.
En Guatemala nos morimos de hambre, pero no sólo necesitamos pan. Nos faltan lápices, cuadernos, reglas y escuelas. Necesitamos un trabajo seguro y prestaciones de Ley. Nos urge saber que podemos regresar a casa seguros. Nos falta casa, agua y electricidad. Carecemos de asfalto, caminos y hasta de la visita de las autoridades municipales.
El ayuno que vivimos es espantoso. Ayunamos de médicos, medicinas, profesores, escuelas, iglesias, salones comunitarios y hasta de pequeños parques. Nos morimos y ya moribundos, sin embargo, cada tres años, llegan los políticos a nuestro barrio a ofrecernos viajes a Disney, tamales y tazas de café. A veces el hambre, hay que decirlo, nos enrarece la vista y hace que suframos de daltonismo político, religioso y moral.Â
Hay algo que no funciona en nosotros que permite que aún con la hambruna que nos mata, sigamos creyendo en la fábula del país (Guatemala) en vías de desarrollo. Yo lo atribuyo a las ensoñaciones que produce la falta de alimentos. ¿Si no a qué?