¿Un narco que leí­a cuentos y transmití­a valores?


Fotografí­a de niño colombiano Sebastián Marroquí­n, antes Juan Pablo Escobar, con su padre, el lí­der del cártel de Medellí­n, Juan Pablo Escobar, muerto por la Policí­a colombiana el 2 de diciembre de 1993. AFP PHOTO

Juan Pablo Escobar, ahora Sebastián Marroquí­n, sabe que su infancia como hijo del narcotraficante colombiano Pablo Escobar no fue normal, pero evoca a un «padre como otros», que le leí­a cuentos y le transmití­a valores, dijo en entrevista en Guadalajara.


Marroquí­n acudió al Festival de Cine de Guadalajara, México, para presentar «Los pecados de mi padre», un documental dirigido por el argentino Nicolás Entel y en el que el hijo dio la cara públicamente y pidió perdón a las ví­ctimas de la violencia del narcotráfico.

Hace 16 años que Marroquí­n vive en Argentina junto a su madre, su hermana y su esposa bajo una nueva identidad, luego de huir de Colombia tras la muerte de Pablo Escobar, baleado por la policí­a colombiana el 2 de diciembre de 1993, a los 44 años, cuando trataba de escapar por los techos de la casa donde se escondí­a en Medellí­n.

Marroquí­n habí­a recibido muchas ofertas para participar en documentales sobre su padre, apodado El Patrón, pero las rechazó «porque de alguna manera querí­an glorificar el estilo gángster, aprovecharse de la historia para hacer un gran negocio. El proyecto que me propuso Nicolás era distinto, pero tardó seis meses en convencerme», dijo.

Pablo Escobar fue jefe del cartel de Medellí­n y en los años 90 era considerado uno de los hombres más ricos del mundo. Es señalado como responsable de los grandes atentados de los años 80 en Colombia; la Fiscalí­a de Colombia calcula que hasta 15 mil personas fueron ví­ctimas de ataques ordenados por Escobar, aunque las investigaciones no han concluido.

En el documental, Marroquí­n habla de su experiencia como hijo del Zar de la cocaí­na y de los recuerdos de su padre, pero también se encuentra con los hijos de los polí­ticos colombianos Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán, a quien Escobar mandó asesinar en la década de los 80.

«Los dos encuentros fueron muy intensos. Yo no podí­a creer que hubieran aceptado verme. La verdad que la sensación que nos quedó a las dos partes fue de alivio, de liberación. Nos dimos cuenta que el perdón es la única manera para que se llegue a la paz en Colombia, lo que no implica renunciar a la justicia», afirmó.

Marroquí­n sabe que su infancia no tuvo nada de «normal», pero a su vez recuerda a su padre como un «padre como otros», que le cantaba, le contaba cuentos y le transmitió valores que, paradójicamente, le permitieron permanecer crí­tico frente a la realidad en la que viví­a.

«Cuando tuve la posibilidad de hablar con mi padre sobre su proceder se daban discusiones muy airadas, aunque respetuosas. í‰l me daba muchas excusas, que yo nunca validé pero que intentaba comprender. Me sentí­a entre la espada y la pared porque yo no iba a entregar a mi padre. Siempre viví­ en una dualidad, era como convivir con dos personas diferentes», confesó.

Pero Marroquí­n siempre tuvo claro que no querí­a seguir el camino de su padre. Tras el asesinato de Escobar, preso del dolor y la rabia, amenazó públicamente con matar a todos los responsables de su muerte, de lo cual se retractó diez minutos después.

«Esos diez minutos para mí­ fueron un punto de inflexión. Diez minutos muy intensos que me esclarecieron sobre qué iba a pasar si yo seguí­a por la ví­a de la violencia. El panorama era tan tenebroso que ahí­ me dije que no iba a repetir la historia», continuó.

Este arquitecto de 32 años, que se considera «pacifista», confiesa que por ser hijo de Escobar perdió el derecho a enojarse.

«Yo cargo con ser el hijo de Escobar y sé que no puedo permitirme varias cosas, por ejemplo salirme de mis casillas. Cada palabra que diga tendrá un peso extra por ser el hijo de quien soy. Es algo que tuve que procesar y aprender para sobrevivir», aseguró.

Su opinión sobre la situación del narcotráfico es contundente.

«Mientras haya pobreza en el mundo habrá narcotráfico. Mientras siga siendo ilegal y los estados abandonen a las clases sociales marginadas este negocio seguirá existiendo. La única ví­a para hacerlo desaparecer es mediante la educación. Yo no sé qué hubiera pasado con mi padre si hubiera tenido la posibilidad de entrar a la universidad y ser un profesional», opinó.

Marroquí­n sabe que luego de «Los pecados de mi padre» nada será igual en su vida y espera que el documental sirva como una ví­a hacia la reconciliación en Colombia.

«La verdad que después de esta pelí­cula me siento más delgado. Pero es una gran responsabilidad también. Creo que el documental no se termina cuando acaban los créditos sino que empieza ahí­, en la vida real. El primer paso lo tiene que dar el ser humano, luego vendrán las soluciones desde la polí­tica», concluyó.