Vivimos días de hipersensibilidad. Todo nos hace daño, nos afecta y sentimos que se ofende nuestra dignidad de humanos. Es una sensibilidad enfermiza global. Así, muchos nos obligan a cuidar las palabras, a estudiar los gestos y a hacer teatro. ¿Cuál es el origen de semejante mal? ¿Por qué nos hemos vuelto mariquitas?
Yo no tengo la respuesta, pero puedo aventurarme a dar una. ¿No se deberá quizá a la falta de caridad global unido a un individualismo exacerbado? Me parece que cuando hay afecto no hay espacio para la desconfianza ni la suspicacia. Cuando se ama las palabras sólo significan una cosa y las bromas eso son, bromas. Imagínese un amigo que le dice a otro (en broma) que le parece el tipo más feo del planeta. Igual, se lo puede decir el padre a su hijo. Y ocasionalmente, también la esposa puede decirle al esposo que no sabía en qué pensaba cuando se casó con él. ¿Cree usted que eso es motivo de riña o pleito familiar? No, seguramente, el esposo se reirá y le contestará de igual manera a su esposa.
Cuando hay afecto, diálogo y relaciones sanas, la hipersensibilidad no existe. No hay suspicacia, malos pensamientos ni deseos de ofender al otro (ni de ninguno de ofenderse). Pero, eso sí, cuando las relaciones se vuelven problemáticas y el diálogo se torna casi inexistente comienzan los problemas. Aquí empiezan los celos, las sospechas y una nueva mariquita es dada a luz. Ahora cualquier juicio puede ser malinterpretado. El esposo, según el ejemplo de arriba, puede pensar: «Me ha dicho feo, ¿será que no se ha visto a un espejo? ¿No será que ya no me quiere? ¿Y si tiene otro?». Entonces, sí vienen los pleitos.
La hipersensibilidad está de moda. Un día los musulmanes se ponen furiosos porque dibujan a Mahoma rodeado de mujeres y con bombas en la cabeza. El otro día los judíos se indignan contra los católicos porque, según ellos, con la misa en latín, viene de nuevo una oración que juzgan ellos antisemita. Y así, los ejemplos pueden continuar. Nunca se ha hablado tanto de tolerancia como en nuestros días, pero quizá porque es una virtud que pocos practican. Hay un celo exacerbado, una suspicacia de campeonato y una hipersensibilidad que da miedo hasta de abrir la boca.
«Esos son problemas de las religiones, grupos de pacotilla, habitualmente fanáticos», me decía un amigo. Pero me temo que no es un problema exclusivo de ellos. Las mariquitas se las encuentra uno por todas partes. Si en un discurso, por ejemplo, o en una columna periodística no se cuidan las palabras y se incurre en deslices de género, ya tendrá a un grupo pidiendo pronto su cabeza, por bruto, desconsiderado, falto de sentido común, sensibilidad y saber cuántas cosas más horrendas. Hoy todo mundo tiene la dermis muy sensible. Hasta los delincuentes pueden quejarse con amargura por un golpe dado por la policía.
Estando así las cosas no queda sino cuidarse en extremo, de manera enfermiza (porque aquí nos enfermamos todos). Comprar guantes de seda, medir las palabras y pensar una y mil veces las cosas que se escriben. No vaya a ser que el lector se ofenda, el empleado lo tome a mal y la esposa crea que ya no se le quiere. Tendremos que empezar a actuar y a desarrollar una naturaleza muy lejana a la propia, para que todos en este show, en el teatro humano, vivan contentos. Por favor, no se vaya a ofender con estas palabras.