Un mundo de mariquitas


Vivimos dí­as de hipersensibilidad. Todo nos hace daño, nos afecta y sentimos que se ofende nuestra dignidad de humanos. Es una sensibilidad enfermiza global. Así­, muchos nos obligan a cuidar las palabras, a estudiar los gestos y a hacer teatro. ¿Cuál es el origen de semejante mal? ¿Por qué nos hemos vuelto mariquitas?

Eduardo Blandón

Yo no tengo la respuesta, pero puedo aventurarme a dar una. ¿No se deberá quizá a la falta de caridad global unido a un individualismo exacerbado? Me parece que cuando hay afecto no hay espacio para la desconfianza ni la suspicacia. Cuando se ama las palabras sólo significan una cosa y las bromas eso son, bromas. Imagí­nese un amigo que le dice a otro (en broma) que le parece el tipo más feo del planeta. Igual, se lo puede decir el padre a su hijo. Y ocasionalmente, también la esposa puede decirle al esposo que no sabí­a en qué pensaba cuando se casó con él. ¿Cree usted que eso es motivo de riña o pleito familiar? No, seguramente, el esposo se reirá y le contestará de igual manera a su esposa.

Cuando hay afecto, diálogo y relaciones sanas, la hipersensibilidad no existe. No hay suspicacia, malos pensamientos ni deseos de ofender al otro (ni de ninguno de ofenderse). Pero, eso sí­, cuando las relaciones se vuelven problemáticas y el diálogo se torna casi inexistente comienzan los problemas. Aquí­ empiezan los celos, las sospechas y una nueva mariquita es dada a luz. Ahora cualquier juicio puede ser malinterpretado. El esposo, según el ejemplo de arriba, puede pensar: «Me ha dicho feo, ¿será que no se ha visto a un espejo? ¿No será que ya no me quiere? ¿Y si tiene otro?». Entonces, sí­ vienen los pleitos.

La hipersensibilidad está de moda. Un dí­a los musulmanes se ponen furiosos porque dibujan a Mahoma rodeado de mujeres y con bombas en la cabeza. El otro dí­a los judí­os se indignan contra los católicos porque, según ellos, con la misa en latí­n, viene de nuevo una oración que juzgan ellos antisemita. Y así­, los ejemplos pueden continuar. Nunca se ha hablado tanto de tolerancia como en nuestros dí­as, pero quizá porque es una virtud que pocos practican. Hay un celo exacerbado, una suspicacia de campeonato y una hipersensibilidad que da miedo hasta de abrir la boca.

«Esos son problemas de las religiones, grupos de pacotilla, habitualmente fanáticos», me decí­a un amigo. Pero me temo que no es un problema exclusivo de ellos. Las mariquitas se las encuentra uno por todas partes. Si en un discurso, por ejemplo, o en una columna periodí­stica no se cuidan las palabras y se incurre en deslices de género, ya tendrá a un grupo pidiendo pronto su cabeza, por bruto, desconsiderado, falto de sentido común, sensibilidad y saber cuántas cosas más horrendas. Hoy todo mundo tiene la dermis muy sensible. Hasta los delincuentes pueden quejarse con amargura por un golpe dado por la policí­a.

Estando así­ las cosas no queda sino cuidarse en extremo, de manera enfermiza (porque aquí­ nos enfermamos todos). Comprar guantes de seda, medir las palabras y pensar una y mil veces las cosas que se escriben. No vaya a ser que el lector se ofenda, el empleado lo tome a mal y la esposa crea que ya no se le quiere. Tendremos que empezar a actuar y a desarrollar una naturaleza muy lejana a la propia, para que todos en este show, en el teatro humano, vivan contentos. Por favor, no se vaya a ofender con estas palabras.