Un momento decisivo en la historia de La Hora


En los años ochenta era creencia generalizada que cuando muriera Clemente Marroquí­n Rojas iba a morir La Hora porque se asociaba al diario con los vigorosos y vibrantes escritos de quien habí­a sido su fundador y principal sostén. No es un secreto que desde que volvió del exilio en 1944, hací­a que los lectores buscaran el diario para leer sus editoriales y columnas en los que abordaba los más variados temas. Hubo ediciones en las que más de la mitad del espacio estaba ocupado por sus comentarios que eran buscados ávidamente.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Y ciertamente cuando murió mi abuelo, La Hora entró en una etapa de crisis que se prologó por los siguientes cuatro años. Mi tí­a Marina hizo todos los esfuerzos posibles por mantenerla, pero era evidente que sin mejorar la cobertura informativa el diario dejaba de ser atractivo para los lectores. Ya para entonces el editor de otro diario capitalino, ya fallecido y por lo cual me abstengo de citar su nombre, habí­a tratado de inscribir la marca y trabajadores del Registro Mercantil se lo comentaron a Oscar Marroquí­n Rojas, quien a la sazón editaba el diario Impacto y la revista La Hora Dominical, ambos de su propiedad.

Cuando Marina ya no pudo continuar con la publicación, mi padre tomó la decisión de asumir él la responsabilidad de mantener la obra de su padre. Inicialmente mantuvo sus dos publicaciones y agregó la de La Hora, pero poco tiempo después se dio cuenta de que tení­a que sacrificar la obra propia para mantener y preservar la más amada, la que habí­a fundado su padre en 1920. Y con enorme dolor, porque para él La Hora Dominical era su primera hija, nacida apenas tres semanas después del casamiento con mi madre, decidió centrar todos sus esfuerzos en este vespertino.

Desde el principio entendió que el mayor problema estaba en que no podí­a seguirse viviendo únicamente de recuerdos de Clemente Marroquí­n Rojas y por lo tanto se puso mucho énfasis en mejorar la calidad informativa para competir con los dos vespertinos que se editaban en esa época, siendo éstos El Imparcial y diario La Tarde. Poco a poco, porque cuesta más levantar un diario que ha perdido circulación que editar uno nuevo, fue logrando su cometido.

Un buen dí­a nos visitó en La Hora el gerente del diario El Imparcial, dirigido a la sazón por David Vela, para indicarnos que no podí­an seguir imprimiendo en su vieja rotativa tipográfica. Ya antes habí­an visitado otras editoriales, pero sus propias dificultades financieras y la cuestión de precios impidió un arreglo. Mi papá me dijo que él no podí­a dejar que muriera un periódico y que viera cómo hací­a, pero que tení­a que ayudar a la gente de El Imparcial. Durante varios meses imprimimos en nuestros talleres al diario que era nuestra mayor competencia y cuando llegó el momento en que no podí­an pagar la impresión, mi papá les dio crédito, porque repetí­a que él jamás serí­a el factor para que cerrara un diario.

La situación de El Imparcial llegó a ser insostenible en muchos sentidos y cuando cerraron nos dejaron una importante deuda que nunca cobramos. Relato esto para explicar lo difí­cil que es mantener un diario, al punto de que los dos vespertinos que existí­an en la década de los ochenta junto a La Hora ya desaparecieron.

Fue la decisión de Oscar Marroquí­n Rojas, su disposición a sacrificarse durante muchos años invirtiendo sus ahorros para preservar La Hora, lo que nos ha permitido continuar como hasta hoy, a pesar de que hubo momentos, como los vividos en el régimen de ílvaro Arzú, en los que fuimos sitiados económicamente, porque empresarios y gobernantes estaban empeñados en lograr el cierre de La Hora. Con tenacidad y humildad, salió adelante y continúa tratando de construir un paí­s mejor.