“Un lugar particularmente feo”


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Es usual que la oferta del turismo mundial incluya información de diverso tipo para que el viajero tome la mejor decisión a la hora de elegir un destino. El turismo, como una de las actividades más lucrativas del sistema mundial de consumo, implica por lo tanto, una oferta y una demanda basadas en la mayor y mejor especialización de la información para que el consumidor (consumista) se pasee por el mundo.

Julio Donis


En estos tiempos de interconexión global, seguramente la guía virtual de viajes U City  ya informó a millones de potenciales viajeros que hay, según su clasificación, 10 ciudades en el mundo identificadas como las más feas. La lista es encabezada por la ciudad de Guatemala, a la que definen como “un lugar lleno de humo y crimen que contrasta con un país bello”. En la lista también aparecen la ciudad de México, la ciudad de Amman, Detroit, Sao Paulo y Los Ángeles entre otras.

 Las reacciones locales ante tal clasificación no se hicieron esperar, sobre todo las que salieron en defensa a ultranza de la Tacita de Plata en tono de patrioterismo chapín del tipo “todos somos guatemaltecos en el país de la Eterna Primavera”. M. Altolaguirre reprochó en su columna que tal tipificación, así como los factores tomados en cuenta, dan como resultado una información falsa y falta de objetividad que seguramente alejarán el turismo de Guatemala. Lo cierto es que la tacita está rota; U City Guide no especula o falsea su comentario sobre este lugar en la región centroamericana, es más, tremenda contradicción expone al decir que es un lugar feo dentro de un país bonito.

Además, es preciso recordar que estos sitios de internet se alimentan de las preferencias de los usuarios. Siempre hace falta recordar (nos) que esta capital sintetiza una historia compleja que reúne desigualdad, centralismo, racismo y violencia. Es en esta ciudad el lugar en el que se fraguaron los peores crímenes políticos del país; es esta urbe la que aloja a las principales oligarquías de una sociedad atrasada. Es aquí donde se ha centralizado por mucho tiempo un Estado débil que ha desconocido a las regiones de su pueblo, a tal grado de haber cometido exterminio genocida.

La tacita pues es de porcelana fracturada y remendada, pero eso somos, un lugar con contradicciones profundas que habría que aceptar para recobrar un poco de dignidad colectiva. Es cierto, resulta imposible no percibir problemas urbanos irresueltos como el de la basura, o del parque vehicular expedidor de humo al pasearse por las calles remozadas del proyecto del Centro Histórico.

El desorden y caos urbano captado por un citadino o por un turista, es el orden lógico para otros intereses de naturaleza privada. No es casual la reproducción y descentralización de muchos centros comerciales alrededor de la urbe; hay una razón seguramente mezquina y no complaciente como defiende Altolaguirre sobre “la disonancia de las áreas marginales con la estética deseable”. F. Goldman narra en su libro “El arte del asesinato político”, la siguiente cita:…cuando llegué a esta ciudad me pareció particularmente fea. Al escritor y viajero estadounidense John Lloyd Stephens a mitad del siglo XIX, le pareció un espectro en medio de un vasto valle, pero para 1998 era una metrópoli expandida desordenadamente, contaminada, congestionada, empobrecida y claustrofóbica con 2.5 millones de habitantes, y una tasa de delincuencia y homicidios que la convertían, a pesar de que la guerra interna había concluido, en una de las ciudades latinoamericanas más violentas y peligrosas. Aceptemos pues nuestra realidad, la tacita debió haber sido de barro.