Por medio de esta columna Señor, Señora o Señorita representante del pueblo, muchas veces lo he criticado por su ineficiencia, incapacidad y todo un cúmulo de barbaridades cometidas en el desempeño de sus funciones. Me he dirigido a todos, pero en honor y en conciencia, gracias a Dios, hay sus excepciones. Ante la suprema importancia que reviste la elección de 103 magistrados a las cortes Suprema de Justicia y de Apelaciones, de nuevo me dirijo a todos los diputados, porque a mi juicio ha llegado el momento de hacer un alto en el camino para meditar el futuro que le espera a su familia, en especial a su descendencia. Creo que no es posible seguir por el azaroso camino de la corrupción y de la impunidad que agobia a la población. Por eso le hago un llamado para que cuando vaya a tomar cualquier decisión, fuera para escoger la forma de hacer la elección o de seleccionar a los futuros magistrados, por favor piense, aunque solo lo haga por unos breves minutos o segundos, en el futuro que le estará deparando a su familia, a la que seguramente quiere y estima.
No, no es posible seguir viviendo lo que en días pasados nos ha tocado presenciar con tanto desagrado, en donde las «faltas de pruebas», «retorcimiento de leyes», «excusas» o «excepciones» son el común denominador de las sentencias de tantos tribunales dizque de justicia. Por favor, no permitan que la población siga siendo víctima de una frustración apabullante, porque el más pícaro de los delincuentes se ríe en la cara de sus acusadores, porque compró una sentencia absolutoria por esos y tantos más tristes razonamientos. No hay guatemalteco que ignore que usted Señor, Señora o Señorita representante del pueblo están siendo objeto de presión, coacción y hasta de chantaje para que vote a favor de un personaje que no es precisamente el mejor ejemplo de ética, profesionalismo, honestidad y rectitud pero, ¿ya se puso a pensar que a lo mejor sus hijos, nietos o tataranietos van a ser mañana víctimas de sus desatinos o particulares intereses?
La brújula de los diputados, a mi leal saber y entender, debiera ser la ética. Y la conciencia, debiera ser el instrumento que se encargue de señalarles el rumbo o de distinguir el bien y el mal, como dicen los filósofos, porque la conciencia es la misma inteligencia que juzga sobre la moralidad de nuestros actos. De esa cuenta, Señor, Señora o Señorita representante no va a ser una imposición externa, ni la fuerza de la ley, ni el peso de la opinión pública, mucho menos el consejo de sus más cercanos, quienes lo van a hacer tomar la mejor decisión para usted, su familia y su patria a la hora de elegir magistrados. Bien dijo Gandhi, que la ley más importante de nuestra vida es la voz de la conciencia. A ella acudo.