Un libro relata actividades sobre guerrilla salvadoreña


Imagen de una casa pintada con los colores de la FMLN, ahora partido polí­tico, pero que surgió como grupo de lucha durante la guerra salvadoreña. Archivo La Hora.

La crudeza de la sangrienta matanza de más de mil guerrilleros cometida por mandos de su misma agrupación bajo la sospecha de tratarse de «infiltrados del enemigo», es recreada por los escritores Geovani Galeas y Bearne Ayalá, ambos disidentes del otrora movimiento rebelde.


Bajo el tí­tulo de «Grandeza y miseria en una guerrilla», Galeas y Ayala, al estilo de un amplio reportaje se adentran a los sucesos acaecidos entre 1986 y 1991 en el frente Anastasio Aquino, del Frente Farabundo Martí­ para la Liberación Nacional (FMLN, izquierda), donde el comandante Mayo Sibrián, fue el principal implicado.

Durante la guerra civil (1980-1992) Galeas fue miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo y Ayala fue guerrillero del Partido Comunista.

La espantosa matanza se produjo al interior de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), la más numerosa organización de las cinco que conformaron el FMLN.

Atribulado por las derrotas que sufrí­a, Sibrián como jefe polí­tico-militar y su red más cercana, comenzaron a sospechar que el ejército salvadoreño habí­a infiltrado su frente, que abarcaba los departamentos de La Paz, San Vicente y parte de Usulután, en el sureste del paí­s.

Galeas y Ayala, con base a su experiencia guerrillera, aseguran que lo que sucedí­a era que el ejército salvadoreño (que contaba con la asistencia de Estados Unidos), utilizaba «gonometros» para detectar los puntos de donde partí­an radiocomunicaciones rebeldes.

Entre los centenares de eliminados figuran jefes de batallones, mandos medios, veteranos y jóvenes combatientes, así­ como civiles de las redes de colaboradores, cuyos familiares solicitan ahora información sobre sus asesinatos.

Con base al relato de un comandante que comenzó a investigar la matanza, la publicación consigna que para 1987 la lista de ejecutados era de 300 guerrilleros y 306 civiles, cuando apenas comenzaba el exterminio.

Uno de los casos que se recrea es el de Ethel Pocasangre, una psicóloga que luego de trabajar como maestra en la jesuita Universidad Centroamericana se incorporó a las FPL. Sus familiares aguardan una respuesta para saber al menos dónde fue sepultada.

Con base a testimonios de ex comandantes y milicianos, los escritores destacan la supuesta implicación que tuvo en el caso el otrora miembro de la comandancia general y máximo dirigente de las FPL, Salvador Sánchez Cerén (conocido en la guerra como Leonel González), quien ahora es candidato a la vicepresidencia para los comicios de marzo.

La publicación detalla que para que las ví­ctimas confesaran la supuesta traición eran amarradas a árboles, torturadas a garrotazos o sufrí­an el suplicio de tener una bolsa plástica cubriéndoles la cabeza. Muchos murieron de sed y hambre.

El comandante Mayo Sibrián, a quien le gustaba leer manuales de inteligencia y contrainteligencia, incluso eliminó a parte de la columna de zapadores que se habí­a entrenado en Vietnam y que dinamitó el estratégico «Puente de Oro», lo cual era presentado como uno de los principales golpes a la economí­a.

Las muertes se extendieron incluso a Nicaragua, donde las FPL tení­an campamentos de entrenamiento.

Presionado por la comandancia general, el mando de las FPL decidió en 1991 fusilar al comandante Sibrián, quien antes de ser abatido dijo que «habí­a cumplido órdenes y que solo lo estaban usando para limpiarse las manos», luego pidió dos cosas: que le entregaran una carta a su familia y que lo dejaran fumarse un último cigarro.

Con base al relato de un comandante que comenzó a investigar la matanza, la publicación consigna que para 1987 la lista de ejecutados era de 300 guerrilleros y 306 civiles, cuando apenas comenzaba el exterminio.