La celebración mañana Primero de Mayo como Día Internacional del Trabajador, constituye, sin duda, un homenaje a los obreros y los campesinos de Guatemala, que con su pujante esfuerzo son los verdaderos generadores de la riqueza y el desarrollo nacional.
Esta fecha conmemora el 1 de Mayo de 1886, cuando en Chicago, que en esa época era considerada la segunda ciudad de Estados Unidos, empezó una huelga general con la participación de más de doscientos mil trabajadores de las fábricas, con el objetivo de lograr el reconocimiento de la jornada de ocho horas de trabajo.
Varias semanas después, cinco de los principales dirigentes del movimiento, señalados de anarquistas socialistas, fueron condenados a la horca. Desde entonces, se les recuerda como los Mártires de Chicago.
Paradójicamente, en Estados Unidos no se celebra el 1 de Mayo. En ese país se instituyó el primer lunes de Septiembre como el “Labor Day”, ante el temor que la fecha del Primero de Mayo pudiera reforzar el movimiento socialista internacional.
La huelga de Chicago fue el resultado de la desesperación de los obreros, por la brutal explotación de que eran víctimas en las fábricas, con prolongadas jornadas de trabajo hasta de 14 o 16 horas diarias y salarios miserables que apenas les alcanzaban a efecto de obtener los medios de subsistencia indispensables para vivir.
A pesar de los avances laborales logrados desde los sucesos de Chicago, en la actualidad aún se cometen muchas injusticias contra los trabajadores de la ciudad y del campo.
En los últimos años, en numerosas empresas de nuestro país se están vulnerando los derechos de los trabajadores, al contratarlos a través de la perversa modalidad del pago mediante facturas bajo el concepto de “honorarios”. De esta manera se oculta la relación laboral, haciéndola aparecer como si fuera una relación mercantil.
En esta forma, los patronos no quedan obligados al reconocimiento de las correspondientes prestaciones laborales contempladas en el Código de Trabajo como vacaciones, bono 14, aguinaldo navideño, indemnización, ni pago de las cuotas de afiliación al Seguro Social.
Lo más grave, es que estos atropellos se producen todos los días ante las narices de la comunidad internacional y en plena vigencia de los derechos humanos.