El embajador de Holanda, Teunis Kamper, le preguntó al Fiscal General, Juan Luis Florido, si había considerado renunciar, debido a la ineficiencia de esa institución. Para el diplomático europeo resulta «muy extraño que el Congreso no esté involucrado en la rendición de cuentas de esa institución». Esos señalamientos son una abierta injerencia en los asuntos internos de un Estado soberano y demuestran el desconocimiento de la legislación guatemalteca. El Ministerio Público es una entidad autónoma y el Congreso de la República sólo puede declarar si ha lugar o no a la formación de causa contra el Fiscal General, a quien no pueden obligar que «rinda cuentas» de su administración.
Son inaceptables los señalamientos del embajador Kamper, como impropio sería que un diplomático guatemalteco recordara que Holanda es un «país de tres equis», en referencia a las marcas que aparecen en el escudo de armas de los Países Bajos y que no sólo representan a los tres grandes enemigos que ha enfrentado: el agua, la peste y el fuego. Las tres equis confirman su tolerancia hacia temas como el sexo, la droga y la muerte. Esas tres equis también son las tachas para reprobar la odiosa colonización que Holanda desarrolló en Asia, ífrica y América, a la par del tráfico de esclavos.
Los holandeses legalizaron la prostitución, la eutanasia, el aborto, el matrimonio homosexual y permiten el uso personal de la marihuana. Esta permisibilidad disfrazada de tolerancia propició que las organizaciones criminales internacionales se infiltraran en la prostitución y en el tráfico de drogas; se incrementó la trata de blancas y el tráfico de niños entre fronteras, y Holanda es un destino turístico para drogas y perversiones sexuales. Para James C. Kennedy, profesor de historia contemporánea de la Universidad Libre de Amsterdam, «los holandeses no pueden controlar su propio país». Si en el pasado la prostitución legal era un tema de la liberación de las mujeres, ahora se convirtió en una explotación sexual de migrantes. De la libertad transitaron al libertinaje de los grupos de activistas por el aborto, que ayudan a mujeres de países vecinos donde el aborto está prohibido. Además, la Policía de Amsterdam ha sido superada y está mal equipada para hacer frente a las redes criminales del crimen organizado extranjeras que operan en la ciudad. Ante todo eso, el historiador Kennedy sostiene que una «fatiga nacional» coexiste con «la miseria moral», pues los holandeses se han terminado aburriendo y ya no están dispuestos a tolerar tantos excesos.