
Idelfonso Palacios (nombre ficticio para proteger la identidad de la persona), salió de su natal Uspantán a inicios de enero del año 1999, las condiciones de su pueblo, cubierto aún por heridas no cicatrizadas, del para entonces recién terminado conflicto armado y la imposibilidad de encontrar un empleo para ayudar a sus padres y 8 hermanos menores, lo llevó, con sus entonces 17 años, a buscar un futuro, aventurándose con rumbo al Norte, tratando de seguir los pasos de su primo Juan José, quien había partido hacia Indiantown, Florida, un año antes.
La vida de Idelfonso en Estados Unidos, a lo largo de los últimos 12 años transcurrió en ese pequeño pueblo del centro de Florida, migrando constantemente entre cultivos de naranja, tomate, poda de jardines y campos de golf en centros urbanos más o menos lejanos a su nuevo hogar. Acostumbrado como estaba a mantener un perfil bajo, Idelfonso, retraído, temeroso y desconfiado, permaneció alejado de la comunidad y jamás comprendió o fue asesorado sobre cómo arreglar su situación migratoria o cuando menos registrar a sus hijos como guatemaltecos, eso sí, se unió con María, una mexicana oriunda de Oaxaca, compañera de destino, suerte y con quien procreó dos niños que hasta hace un año estudiaban en la escuela pública de Indiantown.
La vida de Idelfonso ya parecía ser dura, sin embargo aún faltaba lo peor, en noviembre del año pasado, una operación de la migra lo encontró en el momento y lugar equivocados, fue detenido, se le siguió un procedimiento administrativo y antes de siquiera poder asimilarlo fue un número más dentro de los miles de guatemaltecos que fueron deportados el año pasado.
María, su conviviente y quien no conocía Guatemala lo siguió, dura y difícil decisión que les traería consecuencias que no podían haber previsto. Idelfonso deportado, recibido en su patria no precisamente como héroe, abandonado en una Ciudad de Guatemala en la que nunca había estado, permanecía desempleado. Los hijos de la pareja, acostumbrados a asistir a una escuela pública en Indiantown, en donde tenían acceso a equipo de cómputo, maestros diversos, clases extracurriculares, etc., en Guatemala ni siquiera podían ingresar a una escuela pública, ellos eran guatemaltecos sin patria, no tenían documentos para acreditar su edad, nacionalidad o escolaridad, carecían de partida de nacimiento pues nunca fueron inscritos en el consulado de Guatemala en Florida y como consecuencia no eran ni de allá ni de acá.
El gobierno de Guatemala tiene la obligación de generar políticas de reinserción para nuestros compatriotas que son deportados, la situación en Estados Unidos no mejorará en el corto plazo y las políticas migratorias de ese país parecen solo tender a endurecerse, simplemente, en la situación económica actual no somos tan necesarios. La realidad de Idelfonso y su familia es la misma que cada año enfrentan miles de familias cuyos miembros son deportados a Guatemala, vienen como se fueron o peor, pues aprendieron que en otro lugar hay trabajo y esperanza, mientras que aquí la única oportunidad es volver a luchar por regresar, pues este lugar ya no es su patria.