Un guatemalteco en Chernobyl


Por razones de asuntos ambientales he tenido varias reuniones con el arquitecto Alfredo Maúl, debido a nuestro mutuo interés por la situación que afronta el planeta Tierra y, frente a un café destilado en su percolador que ahorra energí­a, me refirió sobre un trabajo que realizó, con otros técnicos, en la ciudad de Prypyat en Ucrania, antes parte de Rusia, en la Unión Soviética.

Roberto Arias

Viviendo y trabajando en Francia en 2007, Alfredo fue contratado para ser parte del staff de un proyecto para realizar una investigación etnográfica en Prypyat, ciudad en donde funcionaba el reactor Chernobyl.

La investigación etnográfica se llevó a cabo dentro de la zona de desastre. El desastre de Chernobyl inició el 26 de abril de 1986, cuando el peor accidente en una planta nuclear en la historia resultó en el derretimiento parcial de su núcleo en el reactor número 4, en las afueras de Prypyat. Después del desastre alrededor de tres millones de habitantes fueron evacuados (cerca de la población de la ciudad de Guatemala) y más de un millón se quedaron en la zona. Los jóvenes se fueron y muchí­simos adultos y ancianos se quedaron bajo la premisa de que allí­ nacieron y esa es su tierra… su hogar.

Inicialmente la explosión, debido a la dispersión de los habitantes, acabó con la cultura del territorio, es decir, sus tradiciones orales, comidas, música, vestuarios, aspectos religiosos, etc. El trabajo etnográfico se realizó particularmente para la conservación de la arcaica, tradicional y única cultura de Polissí­a, la región de Ucrania más severamente irradiada por el desastre.

Sin embargo el impacto fue para toda Europa. Los europeos recibieron residuos de la nube o nubes radioactivas emanadas desde Ucrania. La explosión ocurrió en plena época de lluvias y Europa recibió lluvia radioactiva. La lluvia bajó las partí­culas radioactivas a la tierra y contaminó todo el ambiente sin excepción.

El gobierno soviético ocultó el accidente a los paí­ses vecinos y, a los quince dí­as, en Finlandia detectaron altos contaminantes radioactivos en vientos predominantes que vení­an de Rusia. Hasta tres semanas después la Unión Soviética aceptó lo sucedido, pero para entonces las hortalizas y los productos lácteos -leche, quesos y otros derivados- en Europa contení­an niveles radioactivos como nunca antes vistos. Los europeos, de alguna forma comí­an radioactividad.

Desgraciadamente la Unión Soviética, como decimos en Guatemala, tiró la piedra y escondió la mano. Por error de un técnico que retrasó el regreso a los niveles seguros de funcionamiento de la estación nuclear, independientemente de cuántas personas murieron directamente, generó 270 mil casos de cáncer y contaminó con radiación a toda Europa, incluyendo los mantos de agua y su flora y fauna, lo cual, técnicamente contamina a todo el globo terráqueo. La radiación en el punto cero de la explosión (un radio de treinta kilómetros) tardará unos 300 mil años para que se descontamine y unos 100 mil años en un radio de 300 km.

La reflexión de Alfredo Maúl es que: estamos jugando con tecnologí­a sumamente peligrosa para el humano con el fin de encender una bombilla y utilizarla hoy. ¿En qué idioma y grabado en qué material puede dejarse el aviso sobre Chernobyl y su peligro radioactivo para las generaciones nonatas? El humano debe poner su vista al sol, al agua, al viento y a la geotermia para sus necesidades energéticas. La humildad seguramente ayudará a conservar la especie.