Un gran sastre y gran compositor


Ren-Arturo-Villegas-Lara

Ya era maestro en el Instituto Nacional Central y residía en la Residencia Universitaria de la 15 calle y 10ª. avenida, cuando el compañero estudiante de Economía, Elvidio Aldana, me recomendó a don Manuel Antonio Catalán para que me hiciera un “tacuche”. Recuerdo que su taller de sastrería estaba en esos edificios construidos en el primer cuarto del siglo XX, de dos niveles, ya llegando a la 18 calle. Allí conocí a don Manuel, un hombre de gran altura, fuerte y muy amable con su clientela.

René Arturo Villegas Lara


Fuera de las máquinas Singer y de la vitrina para adocenar las telas, una gran mesa le servía para extenderlas, trazar las formas con la tiza y luego la precisión en el uso de la tijera. En el taller había dos cosas que llamaban la atención: Un sillón de mimbre con alto respaldo, en donde nadie se sentaba, que pudo ser como ese que cuenta Cortázar, que quien lo usaba se moría; y, una esfera que el maestro fue formando  durante su vida de sastre aquí en la ciudad. Esa esfera crecía día a día, pues don Manuel recortaba las orillas de las telas de casimir y poco a poco las fue envolviendo hasta llegar al tamaño de esas esferas que adornaban las viejas bibliotecas de los ingleses, para saber en dónde quedaban sus dominios de ultramar. Y en esa esfera de don Manuel, había orillas de casimires ingleses, italianos, españoles, franceses, sin faltar los nacionales de Capuano y de Amatitlán. Era curiosa esa esfera y don Manuel decía que allí estaba reflejada la historia de su vida  artesana de la aguja, la Singer, la tijera, la tiza y el dedal. Para que el corte del pantalón fuera perfecto, no le metía a uno la mano entre los ijares, sino utilizaba una regla que  daba la medida exacta entre el pliegue de la condición varonil y el ojo del pie.  Hace unos días, íbamos para Chiquimula con mi apreciado amigo, maestro Ronaldo Porta España, a impartir docencia en los programa de postgrado del Centro Universitario de Oriente, y se me ocurrió escuchar un disco precioso de Hugo Leonel Vacaro, amigo de aquellos tiempo, en el que interpreta, con su inconfundible estilo, una serie de canciones de Guatemala: Luna de Xelajú,  Mañanita de Abril, A Puchis que dé a Sombrero, Soy de Zacapa y, desde luego, Al Partir, de don Manuel Antonio Catalán. Y entonces vino la sorpresa: don Manuel, el autor de Al Partir, fue el mismo don Manuel que me confeccionó muchos “tacuches” para presentarme en el trabajo docente, cuando ya ganaba mis centavos. Y me cuenta Ronaldo, que don Manuel  era originario de Chiquimula y que ese sentido bolero lo compuso, letra y música, cuando falleció su esposa. A mí me trae gratos recuerdos escuchar esa melodía, pues era de las composiciones que mi maestro, Pastor Gabriel Mencos, nos enseñaba en la Marimba de la Escuela Normal. Y como nos gustaba interpretarla, pasó a ser un himno de presentación, como “Enma” lo era en la marimba de Belén. Al Partir la interpretábamos en las viernestinas, en los actos y en la serenata del 25 de septiembre, en Belén, en el Inca y en la Escuela de Artes. Además, no es difícil aprenderla en marimba. Y por esa tertulia de camino con mi amigo Porta, tarde vine a saber que mi sastre es el autor de uno de los boleros preferidos de los conjuntos marimbísticos de Guatemala. Recuerdo que cuando don Manuel falleció, escribí una prosa mundana aquí en La Hora, con el título: “Al Partir” Y si la motivación de esa melodía fue la partida y fallecimiento  de su querida esposa, pues qué más poesía sentida cuando escribió:
      “ Y hoy, con el alma en dolor,
         para luego te doy, un adiós al Partir…”