Hace un año murió el doctor Rodolfo Herrera Llerandi, un hombre de esos que se dan de vez en cuando. Dejó al morir una amplia huella como motor de grandes realizaciones: médico notable, cirujano extraordinario, humanista y filántropo. Una personalidad interesante, poseedor de gran sensibilidad humana. Maestro por naturaleza, fue inspirador de toda una generación de notables profesionales, además de fundador y cofundador de instituciones públicas y privadas que a la fecha sirven a Guatemala: El Sanatorio El Bosque para enfermos tuberculosos, el Hospital Centro Médico, el Hospital Herrera Llerandi, el Hogar para ancianos Las Margaritas, El Hospital Esperanza, asociado a la Facultad de Medicina de la Universidad Francisco Marroquín y la Fundación de Obras Benéficas que lleva el nombre de su madre «Chusita Llerandi de Herrera».
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Los médicos de mi generación recordamos al doctor Rodolfo Herrera con su característica mirada inquisitiva revisando las minuciosidades, los últimos detalles en la vida de un hospital, ocupado igual de atender al cuerpo médico como al personal de limpieza que hacía posible que los quirófanos y salas de atención estuvieran nítidos. Ocupado del menú para la recuperación del paciente, se le podía ver destapando ollas y revisando los servicios de lavandería, era el centro neurálgico de aquel Hospital Centro Médico que yo conocí durante mis años de estudiante de medicina, allá por 1958.
Para jóvenes y viejos era un acontecimiento verlo llegar a primera hora de la mañana en su jaguar negro, despertando la envidia de todos. Aparte de ese lujo a la vista, lucía un hombre austero. Su vestir era pulcro al estilo europeo, con esa elegancia que se permite aquel que sabe llevar la ropa. Lo recuerdo con aquellas vistosas corbatas de seda muchas veces ajadas que no siempre hacían juego con el resto del combinado, sin embargo, a él se le veían bien.
Su preparación era amplia. No se me olvida una anécdota que contaba uno de los viejos maestros que había integrado la terna para su incorporación obligada por ley, en donde no valía que fuera un egresado de Harvard. En aquella ocasión, el primer miembro de la terna salió del salón en donde se realizaba el examen y al pasar por donde esperaban los otros les dijo: si le van a preguntar algo fíjense bien lo que preguntan, porque ése sí que sabe y les puede dar una buena revolcada. En mis tiempos el doctor Herrera atendía la cátedra de cirugía en la Facultad de Medicina, sin embargo, su actividad docente no la realizaba dentro del aula, enseñaba en el quirófano o en la visita hospitalaria, otras veces en la presentación de casos propios de su especialidad, las enfermedades y la cirugía del tórax. Los casos más peliagudos del Hospital San Vicente de Paúl para enfermos tuberculosos y del Hospital San Juan de Dios pasaban por sus manos. Era un cirujano riguroso e impecable. Poseía una forma inquisitiva y directa para preguntar matizando a veces con un tono de ironía lo que no le parecía, nunca elevaba la voz. Siempre me llamó la atención que, a pesar de no tener un físico impresionante, su voz suave y su presencia imponían y despertaban admiración.
Recuerdo una presentación de casos difíciles en la clínica de tórax del Hospital San Juan de Dios cuando hacía mi práctica de Pediatría. Se trataba de un niño que ingresó a la emergencia moribundo. Necesitaba con urgencia la introducción de un tubo de goma en el tórax para permitir al pulmón expandirse para que pudiera vivir; no había tiempo para esperar la anestesia y realizamos el procedimiento cuando el niño estaba ya en las últimas. Al presentarle el caso, el doctor Herrera lo examinó y levantó la vista del paciente preguntando: quién fue el criminal que le dio esta puñalada … al fondo del salón levanté la mano, afligido, esperando una reprimenda y escuché con alivio su voz: quiere valor hacer eso… le salvó la vida.
La medicina y la sociedad guatemaltecas se beneficiaron grandemente cuando en la década de los cincuenta el doctor Herrera Llerandi con los doctores Francisco Bauer Paiz, Gerardo Alvarado Rubio, Bernardo del Valle, José Fajardo y Antonio Medrano se reunieron un día y fundaron el Hospital Centro Médico. Funcionó en Los Arcos, en donde había estado la casa de salud del doctor Mario Wunderlich. Después el hospital fue trasladado a la 6ª. avenida de la zona 10. Estando ya en su nuevo edificio me beneficié del ejemplo de trabajo y profesionalidad de los mencionados maestros y de otros que luego pude considerar amigos. Todos médicos de gran valía e integridad: Guayo Lizarralde, Mario de la Cerda, Jorge von Ahn, César Passarelli, Roberto Arroyave, Carlos Solís y el inolvidable Canche Lara.
Por circunstancias de la vida el doctor Rodolfo Herrera en los sesentas, fundó el Hospital Herrera Llerandi, y abrió espacio a un nuevo grupo de profesionales también de primera magnitud. Entre ellos, recuerdo a Carlos Pérez Avendaño, Dagoberto Sosa, Ronaldo Luna, Carlos Castellanos y Chepe Barnoya. En el Hospital Centro Médico el doctor Rodolfo Herrera Llerandi es siempre bien recordado y admirado. Me agrada, cuando entro al Salón de Honor, ver su rostro junto a las caras sonrientes o adustas de los otros fundadores, con la misma mirada inquisitiva y su gesto característico. Tuvo la talla de un Maestro, un humanista que sabía un poco de todo. En él se reflejaba aquel decir de otro pensador médico que repetía, «el que sólo medicina sabe… ni medicina sabe».