Un decálogo ecléctico


Para este escribiente, no hay mayor preocupación que el destino de la humanidad. Sobre todo, ante la acelerada desestructuración de la naturaleza y ante la burda dislocación de la sociedad. ¡Qué poca responsabilidad tenemos para con aquellos que vienen atrás de nosotros! Aunque esos otros sean nuestros hijos, nuestros nietos?

Luis Zurita

En mi obra La proeza humana señalo lo siguiente: carentes de crí­tica y autocrí­tica, los liderazgos miopes de todas las especulaciones históricas no visualizan que, en cualesquiera circunstancia, el destino de la humanidad pende de dos variables precarias que trascienden los dogmatismos y los extremismos doctrinarios que ahogan el afloramiento triunfal de un indispensable humanismo pleno e irreversible, lo cual podrí­a resumirse en los siguientes términos:

1) sobrevivir hasta donde sea posible en el contexto de la durabilidad natural de las biocondiciones preestablecidas en la Tierra, cual objetivo potencial mí­nimo;

2) sobrevivir el tiempo justo y necesario para preparar la evolución de la humanidad «más allá» de donde lo permitan las biocondiciones preestablecidas en la Tierra, cual objetivo potencial máximo.

¡Cualquier afán, al margen de tales variables, es una soberana ignorancia!

En todo caso, si al ser humano no le fuera dado nunca descifrar el caos, talvez le quedarí­a como última esperanza la alternativa de procurar el máximo equilibrio entre el interés particular ?apuntalado por el sistema-mundo capitalista que se aferra a lo indecible en nombre de la competencia, el individualismo y el consumismo, aunque ello implique destruir el entorno sociológico y ecológico? y el interés general ?apuntalado por el sistema-mundo cooperativo que se empeña en abrir la brecha del desarrollo humano a través de la solidaridad, la fraternidad y la complementariedad con el otro ?que es mi semejante? y con lo otro ?que no es mi semejante, pero es sensible?.

Sin embargo, alcanzar el equilibrio entre el ser individual y el ser social implicarí­a, cuando menos, que todos nos comprometamos, desde una perspectiva ecléctica1, o sea, de sentido común, a:

1) Procurar la cicatrización de las heridas de la historia, especialmente en los puntos de fricción entre culturas, etnias, doctrinas e ideologí­as, con el objeto de terminar con el cí­rculo vicioso de la violencia y el revanchismo;

2) Reforzar moral y orgánicamente el proceso polí­tico y la institucionalidad democrática mundial;

3) Combatir la violencia, el odio y los egoí­smos personales o colectivos;

4) Descartar la maledicencia y el afán de acusar y condenar per se;

5) Asumir una conducta de cooperación social responsable, a nivel familiar, comunitario, nacional, regional y mundial;

6) Promover el compromiso ético del sistema productivo, financiero, comercial y tributario;

7) Recuperar la relación armoniosa entre ser humano y naturaleza mediante la corrección de los desequilibrios sociológicos y ecológicos causados por el despilfarro de seres humanos y recursos naturales;

8) Establecer una auténtica vida ciudadana en función del bien común;

9) Coadyuvar a la cristalización de la aspiración humana a la reconciliación, la justicia y la paz;

10) Defender activamente la autodeterminación de los pueblos y la convivencia pací­fica internacional, en el contexto de la igualdad jurí­dica de todos los Estados pero, sin perder de vista que el principio verdaderamente fundamental es la igualdad de todos los hombres y de todas las mujeres.

Si objetivos como esos, o mejores que esos, no pudieran llevarse a la práctica en cada paí­s y por ende a nivel planetario, perdonen la arrogancia, pero lo más seguro es que la humanidad no tenga futuro, pues el futuro eventual de la humanidad solo será garantizado, no por el «orden del despilfarro», o sea, el de la naturaleza y el instinto, sino mediante un «orden contranatural», o sea, racional y moral, articulado audazmente a un proceso inteligentemente productivo y piadoso.

¡Sólo así­ la paz vencerá algún dí­a a la guerra!

1 Desde una posición polarizadora de corte extremista, tradicionalmente el eclecticismo ha sido burdamente considerado como la filosofí­a de los que se acomodan a cualquier situación en función de sus propios intereses. De una forma maniquea, tanto la izquierda como la derecha extremas han vilipendiado al eclecticismo, incluso deformando la trascendencia del horizonte que el eclecticismo ofrece cual una tercera ví­a que neutralice las contradicciones. Obviamente, el eclecticismo es racionalista y moral, en clara oposición al irracionalismo y a la inmoralidad de quienes afincados en sus dogmatismos no paran mientes en las consecuencias de sus actos irracionales o inmorales. Peor aun, no se percatan que la realidad progresa por las contradicciones mismas que engendra, razón por la cual al tratar de imponer una sola interpretación de la realidad los extremismos de derecha o de izquierda se contradicen con las leyes del cosmos, en cuyo seno el futuro es un vector resultante de la confrontación inevitable entre las contradicciones sociales o naturales, las cuales, para bien o para mal, tarde o temprano, tienen que derivar en una resolución, generándose inmediatamente nuevas contradicciones y así­ se avanza desde un horizonte a otro desde una perspectiva dialéctica, en cuyo caso, como bien lo define Elí­ de Gortari en su obra Introducción a la lógica dialéctica, la transformación de lo viejo en nuevo no se realiza por una fuerza exterior, sino por la misma naturaleza de las cosas; en ellas lo viejo se supera al negarse a sí­ mismo y, al ser negada sucesivamente cada negación, esa lógica del movimiento transforma, por siempre, lo viejo en nuevo. Así­, la constante negación impulsa el automovimiento y, por ende, la vitalidad. De ahí­ que no es que las extremas no contribuyan a la armoní­a social, al contrario, su aporte hace andar la rueda de la historia, para luego volverse a establecer un equilibrio dinámico entre el pasado que se aleja y el futuro que se vislumbra. Es ahí­ donde el hombre y la mujer eclécticos entran a jugar su papel racional y moral, el cual consiste en aprovechar los aportes revolucionarios y conciliarlos con los frenos reaccionarios para que la espiral de la historia no retroceda. Mi eclecticismo dice Norberto Bobbio en su obra ¿Existen aún la izquierda y la derecha?, significa mirar un problema por los dos lados. Es una manera de pensar que tiene un reflejo práctico en la moderación polí­tica, siempre y cuando se entienda no negativamente como opuesta a radicalismo, sino positivamente como opuesta a extremismo. Quien mejor ha definido el eclecticismo es Luis Cardoza y Aragón en su ensayo Marx, en donde declara que al racionalismo crí­tico del marxismo le faltó su contraparte intuitiva afectiva, talvez por ello Cardoza y Aragón define la sociedad ideal como aquella en la cual el ser social no niegue al ser individual, ni el ser individual niegue al ser social. Precisamente por ello, hay que concebir al sistema de las libertades formales como un mecanismo esencial de control de los procesos de democratización que emergen en base a los intereses individuales. Así­, el proceso democrático tendrá que demostrar que es un proyecto positivo de integración, refuerzo y expansión de las esferas personales en función social y no un proyecto para beneficio de unos pocos elegidos y el sacrificio general de los no elegidos. Por respeto a Karl Marx, es oportuno recordar que él descubrió que el ser humano es un ser social, o sea, alguien que no es autosuficiente individualmente, por lo tanto, para alcanzar su plena realización, y por ende la de su especie, debe supeditar sus aspiraciones personales al bien común. ¿Es eso eclecticismo o no?