La lucha contra la pobreza y la protección de nuestro planeta deben ir unidas de la mano. La destrucción de la masa forestal, la expansión de los desiertos, las alteraciones en los patrones de las lluvias y la subida del nivel de los océanos abocan a las gentes a una vida de sufrimiento y socavan la esperanza de un futuro mejor.
Debido al cambio climático y a la desintegración de las estructuras agrícolas tradicionales, se calcula que cerca de 600 millones de personas en ífrica corren el riesgo de sufrir malnutrición, y mil 800 millones más pueden estar expuestos a vivir con escasez de agua, especialmente en Asia. Además, más de 70 millones de bangladeshíes, 22 millones de vietnamitas y seis millones de egipcios podrían verse afectados por inundaciones relacionadas con el cambio climático. Aún peor, los últimos datos científicos indican que la temperatura de los océanos está subiendo hasta niveles nunca conocidos, ejerciendo todavía una presión mayor sobre los ecosistemas costeros y las poblaciones que dependen de ellos para su supervivencia.
El cambio climático presenta grandes retos, pero también nos ofrece oportunidades para progresar juntos en el camino del desarrollo sostenible. Si las naciones son capaces de lograr avances en las conversaciones de Copenhague sobre cambio climático, ello repercutirá en una reducción de las emisiones; en el desarrollo de procesos productivos menos dependientes del carbono y del consumo; en unos mecanismos de financiación del clima que apoyen el crecimiento económico mundial; y en la aportación a los países más pobres de alternativas incluyentes y sostenibles para salir de la pobreza.
Las negociaciones sobre cambio climático deberían, como mínimo, tener en cuenta los siguientes tres imperativos para los países en desarrollo.
En primer lugar, las personas deben tener como mínimo, acceso básico al agua, a servicios de saneamiento, alimentos y energía, así como a instituciones eficientes y mecanismos de participación en las decisiones que afectan a sus vidas, no serán capaces de soportar las cargas añadidas que generará un clima en transformación.
En segundo lugar, los habitantes de los países en desarrollo necesitan una asistencia correctamente orientada al fomento de capacidades que les ayuden a adaptarse al cambio climático, desde el campesino pobre que intenta generar cultivos más resistentes, a la familia que necesita que su casa sea capaz de soportar inundaciones más frecuentes. Esto significa que hay que contribuir a que estos países reordenen sus prioridades de modo que la adaptación al cambio climático se encuentre en el centro de todos sus esfuerzos para atacar la pobreza, con particular atención a las necesidades de los grupos más vulnerables, como las mujeres y los pueblos indígenas.
En tercer lugar, los países en desarrollo necesitan de la participación de socios que les ayuden a abrir vías de crecimiento menos dependientes del carbono. Para sufragar los costes que esto conlleva necesitan un mejor acceso a los sistemas de financiamiento del carbono y capacidades para dirigir el dinero hacia donde sea realmente necesario. Eso significa orientar los fondos públicos y privados hacia inversiones más limpias en energía, transportes y otras infraestructuras e industrias.
Es preciso que invirtamos ahora si queremos proteger el clima, nuestras vidas y las de nuestros descendientes. Sabemos lo que hay qué hacer y sabemos que debemos tomar decisiones colectivas. Una opción es quedarnos sin hacer nada, o muy poco; la otra es que todos los habitantes del planeta nos pongamos manos a la obra para luchar hombro con hombro contra el cambio climático. Espero que este diciembre, en Copenhague, entre todos aunemos la valentía para actuar.