«The time that remains», tragicomedia de Elia Suleiman, un «Buster Keaton palestino», entró en liza ayer en el Festival de Cannes, que inicia la recta final antes del anuncio del palmarés, el domingo.
Cuando sólo faltan por descubrir dos películas de la competición, «Rostro» del taiwanés Tsai Ming-liang y «Mapa de los sonidos de Tokio» de la española Isabel Coixet, los pronósticos en el Festival situaban en cabeza de la lista de favoritas a la francesa «Un profeta» de Jacques Audiard, pero muchos críticos señalaban las posibilidades de «Los abrazos rotos» de Pedro Almodóvar y, sobre todo, de «La cinta blanca», del austríaco Michael Haneke, descubierta la víspera.
El viernes, Cannes aplaudió la nueva obra de Elia Suleiman, ganador del Premio del Jurado en este Festival en 2002 con «Intervención divina», la primera película palestina presentada en competición en Cannes.
Siete años después, Suleiman vuelve con «The time that remains» (El tiempo que permanece), una obra en gran parte autobiográfica que narra la vida de una familia palestina de Nazaret desde 1948 hasta el presente.
El enorme talento de Suleiman es mostrar esa historia trágica con humor sutil y mucha ternura. La vida cotidiana y sus rutinas conviven con el drama en la película, componiendo un fresco de tintes surrealistas sobre la vida de los palestinos que se quedaron en Israel tras la creación del Estado israelí y que pasaron a ser considerados como una minoría en su propia tierra.
Suleiman, director y actor de la película, se inspira para ello de los grandes cómicos del cine de principios del siglo XX, recurriendo a los planos fijos, a la situaciones reiteradas. Al ver su película, se piensa un poco en Charles Chaplin y mucho en Buster Keaton, de quien Suleiman tiene el humor absurdo, el sentido de los silencios y la impenetrabilidad del rostro.
«Ser palestino es ya en sí un desafío», afirma el cineasta, que ante el enfoque «ideológico» que tiene a menudo en los medios de comunicación sobre su país, decidió «hacer una película que no diera lecciones de historia».
Mi objetivo es «mostrar instantes de intimidad en una familia con la única esperanza de que al espectador le guste y alcanzar una cierta verdad cinematográfica. Si logro eso, la película tendrá una dimensión universal», dice.