«En nuestro país no debería encarcelarse a nadie. Los delincuentes tendrían que andar sueltos y los mareros tranquilos disfrutando su libertad». Ese fue el extraño deseo de un amigo hace un par de días enfurecido por no ver en la prisión a esos que él define como «delincuentes de cuello blanco». «No tiene madre, insistió, los gerentes de bancos y sus accionistas ni en sombra conocen la cárcel mientras las autoridades se lucen y derrochan fuerzas y energía contra los mareros de los asentamientos».
Según mi amigo, mientras la ley no sea pareja para todos ?ricos y pobres-, las cárceles deberían desaparecer porque, de lo contrario, parecieran ser edificaciones construidas exclusivamente para un grupo social. Y eso no es justo, dice. Los ricos se la pasan criticando a los ladrones de teléfonos, a los que rompen los vidrios de los carros y hasta a quienes pintan paredes en protestas callejeras, pero ellos cuando deciden ser patanes y robar son voraces, no dejan nada y tranquilamente desaparecen con el apoyo de las autoridades de turno.
Es la clásica doble moral de los humanos, el mal siempre está en el otro nunca en uno mismo. Es la tentación perenne del rico y del menos rico que vive criticando a los pobres porque son sucios, deshonestos, haraganes, viciosos y tontos. En cambio ellos son virtuosos, inteligentes, cultos, educados, trabajadores y siempre llenos de iniciativas.
Si en algo tiene razón mi amigo es que vivimos en un país en donde las leyes y las cárceles son para los pobres y para los enemigos políticos. Aquí las multas de la SAT son para los pequeños negocios, los impuestos para los pelados y la prisión para el que roba gallinas o para quien vende discos piratas. Los accionistas de bancos y sus gerentes son más afortunados, Dios está de su parte, esos «logran escapar», se esfuman y, vaya suerte, nunca más se vuelve a saber de ellos.
Vivimos en la más absoluta injusticia e impunidad. Aquí uno puede ser asaltado por una telefónica, por una empresa eléctrica, por un colegio o por un banco que todo queda igual. No hay problema, aquí no ha pasado nada. ¿A quién acudir? ¿Al Ministerio Público? ¿A la Diaco? Olvídese, no pierda su tiempo ni su energía, pídale a Dios paciencia y mejor resígnese a su mala suerte. Por eso es que quizá a nivel superior también se acepta el atropello y la impunidad con estoicismo. ¿Vio cómo Bush se hizo invitar al país e hizo lo que le dio la gana? Pues bien, las autoridades también tuvieron paciencia y nos dieron un ejemplo de cómo actuar cuando nada se puede hacer con los poderosos.
También se suele ser paciente, complaciente y permisivo con las transnacionales. En nuestro país vienen las grandes empresas mineras y, como si viviéramos en ífrica, con el respeto de los hermanos, hacen lo que les da la gana. Basta un par de invitaciones, un pequeño obsequio, algún cheque y ya está, nuestros gobernantes quedan domados, dormidos y serenos.
Tenemos que resignarnos, le dije a mi amigo, tomará mucho tiempo para que un estafador «de clase» lo veamos tras las rejas. Antes creo que vendrá el Señor en su segunda venida.