Aun cuando los orígenes de los problemas de salud pueden diluirse en el tiempo, no hay duda que buena parte de las raíces de los mismos está relacionada con los fenómenos de pobreza, desigualdad social y concentración de la riqueza en pocas manos.
Sin embargo, un alto porcentaje de las deficiencias en este campo tan sensible tiene por causa la negligencia y la falta de políticas de prevención de parte de las autoridades estatales, concretamente las del ramo de Salud Pública.
Estas reflexiones iniciales vienen como anillo al dedo a propósito del reportaje titulado «Desechos hospitalarios se queman sin control» cuyo autor es el periodista Leonardo Cereser y publicado el pasado lunes 13 de noviembre en el diario Prensa Libre.
El trabajo periodístico no sólo es profundamente conmovedor sino también constituye una vigorosa denuncia sobre un problema que llora sangre pues está poniendo en peligro la salud de los habitantes de una extensa área de la ciudad de Guatemala. Sin lugar a dudas, se trata de un grave atentado contra la salud de los habitantes en general.
De acuerdo con la publicación, el Ministerio de Salud Pública no cumple con las normas establecidas para el manejo de los desechos hospitalarios bioinfecciosos, y contaminantes los cuales se queman sin precaución, lo que pone en riesgo la salud de la población. Entre estos desechos figuran algodones con sangre, posiblemente infectados, jeringas, punzocortantes y catéteres, además de material bioinfeccioso que puede transmitir enfermedades graves como el sida y la hepatitis.
Una fosa situada en el fondo del barranco del cementerio La Verbena en la zona siete de la ciudad de Guatemala, es el lugar en donde se destruyen los desechos hospitalarios tóxicos e infecciosos, pero empleando métodos inapropiados que violan las normas de salud pública y de protección ambiental.
En ese sitio se concentran los residuos de siete hospitales del área metropolitana que generan al mes casi 80 mil libras de desechos, cuyo tratamiento debería ser objeto de un procedimiento especializado por medio de incineración. Con la quema sin incinerador, se liberan substancias tóxicas que resultan ser más nocivas que los propios desechos originales.
El humo que emana de color blanco, inevitablemente afecta a las colonias circundantes. No es necesario ser un experto para deducir que las emanaciones son altamente perjudiciales para la salud de niños, jóvenes y adultos.
Aparentemente el origen del problema es la falta de presupuesto para adquirir otros aparatos incineradores, pues los dos que existen en el área metropolitana no son suficientes para atender la demanda de eliminación, además de la inversión en combustible. Es un bochorno que mientras algunos diputados del partido oficial despilfarran el dinero de los contribuyentes en viajes inventados, no haya recursos para atender un problema de primer orden como el de la inadecuada eliminación de los desechos hospitalarios.