Un artista altarero


Jesús Nazareno entre nubes, sobre el mundo asegurada al áncora de la esperanza atada a su cintura.

Mario Gilberto González R.

A la memoria de don Ví­ctor Manuel Tróccoli Pellecer, un antigí¼eño de pura cepa.

La Semana Santa de la ciudad de Antigua Guatemala, tiene su sello propio, ser antigí¼eña, sin más adjetivos. Los cofrades, los directivos, los artistas y los vecinos, aprovecharon todos los recursos propios del medio, incluso su espí­ritu, para hacer de la Semana Santa, una expresión del sentimiento antigí¼eño. De inmediato se percibe cómo siente y cómo vive el antigí¼eño su Semana Santa y por qué Antigua hace Santa la semana.


Jesús sale de la puerta Antonia, cargado de cruz rumbo al Calvario. Nótese que entonces no se elaboraba el huerto que hoy no puede faltar.Una alegorí­a bien lograda y aprovechado el recurso de la energí­a eléctrica

Heredera la ciudad de una imaginerí­a impresionante, varias imágenes únicas en su género, retomó sus añejas devociones y con el esfuerzo y aporte de un trabajo tenaz al correr de dos siglos, hizo que hoy, gocemos espiritualmente de una semana solemne y majestuosa.

La pasión y muerte de Cristo, expresada en una elocuente pedagogí­a cristiana, procesiona por su calles centenarias y al menos sensible, le enternece la expresión de las ví­rgenes, le conturba la mirada de los nazarenos, le impresiona ver a Cristo suspendido de tres clavos y le sublimiza la serenidad de los sepultados.

Los vecinos visten la túnica penitencial de color morado, cuando llevan sobre sus hombros a los cristos y nazarenos y el negro solemne para el Santo Entierro. A su tiempo cada cofradí­a aportó innovaciones que se consolidaron y en conjunto conforman, actualmente, la manera de ser de su Semana Santa Antigí¼eña.

Previa a su solemne procesión, la imagen es expuesta en velación. Una ceremonia muy exquisita por el esmero con que se prepara y porque siempre tiene un mensaje que invita a meditar, además de admirar el arte antigí¼eño expresado desde el mensaje bí­blico. Antaño, Jesús Nazareno de la Merced y el Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, eran colocados en sendos tronos. El Nazareno el Lunes Santo y el Sepultado el Miércoles Santo. Coros integrados por las damas del barrio u orquestas venidas de la capital al mando de músicos como Mónico de León, amenizaron las velaciones antigí¼eñas con áreas de música clásica. El trono donde ocupaba lugar principal la imagen era alumbrado por velas y adornado de lindas flores. En pebeteros, las brasas quemaban mirra e incienso.

La falta de energí­a eléctrica le dio nacimiento a la ofrenda de la cera y la luz de las velas les dieron un halo de misterio. Era una escena de claroscuros en las naves altas y en el atrio alumbrado de faroles.

Las velaciones rompí­an la tranquila vida nocturna de la ciudad. Entonces las calles de la ciudad se iluminaba con faroles. El traje de calle era de color negro, así­ que eran sombras las que deambulaban en las calles antigí¼eñas apenas iluminadas por la luna de Nisán. Las crónicas de entonces, recogen ese ambiente peculiar que se viví­a en las calles y en las iglesias iluminadas por velas hasta las nueve de la noche. En sí­, era una aventura arriesgarse salir de noche cuando la oscuridad lo envolví­a todo.

A las velaciones, poco a poco se le fueron haciendo cambios, con el fin de que los fieles tomaran conciencia del sufrimiento y crueldad que Jesús padeció durante su pasión.

La iglesia se engalanaba con cortinajes armoniosos en los colores y en la forma. Se conjugaba el morado, el lila y el blanco. Desde lo alto pendí­an grandes lienzos que el arte del altarero lo magnificaba. El oficio de altarero requerí­a tener un espí­ritu artí­stico, sensible a la belleza para que, en conjunto la iglesia se luciera. Y tratándose de la Pasión del Señor, tener conocimientos mí­nimos de ese cruel acontecimiento.

Fue en la década de 1930, cuando la velación de Jesús Nazareno de la Merced, tuvo cambios muy significativos.

Se los debe al aporte de don Eugenio Tejeda Jacinto, altarero de oficio y artí­sta de vocación que supo aprovechar todos los recursos que tuvo a la mano y otros de su invención.

La familia Tejeda Jacinto fue muy sencilla, pero altamente estimada por la sociedad antigí¼eña. Estimación ganada por el comportamiento y el aporte de cada uno de sus miembros. Don Eugenio era el mayor de oficio altarero, don Cándido y don Rafael de oficio barberos y grandes ajedrecistas, Don Daniel carpintero de los buenos. Marí­a se ocupó de los oficios domésticos a la muerte de la madre y Tonita fue maestra en el Asilo La Santa Familia. Cada uno murió con la sencillez que vivió.

Gracias a don Rafael, rescaté tres estampas de la velación de Jesús Nazareno de la Merced, que con la llegada de la energí­a eléctrica, don Eugenio aprovechó ese recurso maravillosamente y en lugar de un trono, la imagen fue colocado en un altar con un mensaje bí­blico, pasionario o alegórico.

Jesús Nazareno de la Merced, por ser el Nazareno de los antigí¼eños, la visita de sus fieles devotos el Lunes Santo aumentó al verlo en un altar artí­stico con un mensaje cristiano.

La escuela de dejó don Eugenio dio resultados excelentes porque los artistas que le siguieron, aportaron otros elementos. Aparecieron los artistas de los grandes telones, con impresionantes escenas de la pasión, interpretaciones bí­blicas o alegorí­as bien logradas.

Los telones eran de varias piezas para darle dimensión o separaban diversos elementos que dieran la expresión natural. Nubes, edificios, personajes. La iluminación eléctrica le dio mayor vivencia y encanto al altar de velación.

Al pie, se formaba el huerto con flores, velas, frutas y verduras. Peceras y jaulas con canarios, cenzontles, guarda barrancos y pito real. En conjunto cuando cantaban, era una orquesta de áreas fascinantes. También se adornaba con brotes de maí­z, cebada y trigo sembrados en botecitos y forrados de papel morado. Cruces y áncoras con brotes de chan. El aroma del corozo y de las frutas tropicales se extendí­a por toda la iglesia.

Don Manuel Hurtarte -miembro de la Hermandad- daba en préstamo variedad de pajaritos que al cantar, parecí­a una orquesta que la misma naturaleza ofrecí­a. Por mucho tiempo ayudé a su nieto Betí­o Estrada Hurtarte a llevar las jaulas de su casa de habitación para la iglesia de la Merced. Don Isidoro ílvarez, colaboraba con peceras grandes de cristal y variedad de mojarras.

Tiempo después, se confeccionó una alfombra de serrí­n teñido y a su alrededor se colocaron los elementos ya descritos.

La velación es una tradición extendida a todas las imágenes de pasión, que se realiza dí­as antes de su solemne procesión. Otros componentes infaltables son: el toque de rogación de la campana mayor que anuncia el inicio y el final de la velación. El personaje que con un pito de caña -tzicolaj- interpreta una tonadita propia que remata con dos toques de tambor que cuelga del hombro, es ya, un sí­mbolo de la Semana Santa Antigí¼eña y nadie se retira de la velación, sin degustar el batido que antaño se serví­a en buculitos -jí­caras pequeñas-.

Como no habí­a energí­a eléctrica, en la plazuela, cada puesto se alumbraba con rajas de ocote o con candil de gas. En una mesa pequeña estaban los buculitos boca abajo, un batidor con su molinillo y un bote pequeño con polvo de cereales que se mezclaba con el lí­quido que herví­a en un bote sobre tres piedras que protegí­an el fogón.

La velación es algo que no se pierden los antigí¼eños. Cuando los caminos hacia las aldeas eran de tierra y oscuros, se regaba agua para evitar el polvo y se iluminaban con farolitos de colores.

El rescate de estas tres fotografí­as, son un valioso testimonio de la velación de Jesús Nazareno de la Merced de Antigua Guatemala allá por la década de 1930 y el aporte artí­stico de un laborioso antigí¼eño que le insufló el espí­ritu antigí¼eño a la Semana Santa.

El lector puede deleitarse con esas estampas, que guardo con mimo en recuerdo de don Rafael Tejeda Jacinto -a quien debo tanto- y en memoria de don Eugenio Tejeda Jacinto a quien vi trabajar en las iglesias antigí¼eñas.

Don Eugenio Tejeda Jacinto, dejó su impronta en las velaciones de Jesús Nazareno de la Merced y en la del Sr. Sepultado de la Escuela de Cristo. Otros artistas siguieron su huella.

* Mario Gilberto González R. es ex cronista de la ciudad de Antigua Guatemala.